Me avisa José María que ya ha matado al cerdo, al de carne, como si esto fuera un éxito de alguien. Sin duda del cerdo no. Se siguen matando cerdos a destiempo y fuera de las legalidades objetivas. No hay que matar cerdos sin permisos, creo. El caso es que todas las navidades matan al cerdo, es decir, todas las navidades hay un cerdo que se ha pegado un año con ellos y que no termina bien.
Yo de niño recuerdo un pato blanco que trajeron mis padres a la cocina unos días antes de Navidad y que teníamos atado con una cuerda a las patas de la mesa camilla. Todos sabíamos que aquel pato había venido a morir. Y yo no comí pato aquella Nochebuena. Dos disgustos en uno. ¿Qué necesidad teníamos de comer pato en un día tan señalado?
Muchos años después mi suegro nos trajo una paloma viva la tarde de Nochebuena. Podría ser la Paloma de la Paz por lo dura que era, lo que denotaba muchos años volando. Otro disgusto doble, pues nos la trajo en una caja de zapatos y la pobre ya debía saber en aquel mismo momento en que abrí la cajuela que todo se iba a nublar, por la cara de pena que me puso. No comí tampoco, pero no por hacer desprecio, sino porque era como comerse el cinturón del pantalón. Murió para nada. Yo no la maté. No era capaz de eso.
Eduardo, otro amigo, cuando los suegros le regalaban del pueblo pollos o gallinas vivas, las metía en el congelador, pues también era incapaz de matarlas con sus manos. Creo que sufrían más con el frío que de un tajo bien dado, pero para hacer eso hay que tener dos huevos. Tomé nota del sistema del congelador, por si alguna vez hubiera hecho falta. Nunca lo utilicé pues la paloma la mató mi suegro de un retorcijón.
José María ya está con los mondongos que si no se explica suena regular, pero que si se explica suena mucho peor. Los chorizos están muy buenos, pero eso no dependen del cerdo matado a gritos, sino de la capoladora que es una máquina que no grita. Uno se hace a la idea de que la carne es otro producto del supermercado envuelto en plástico, y así no sufre y puede probar de lo bueno. A veces lo mejor es hacerse el tonto. O incluso serlo.