El trabajo del cuidador es muy duro, no siempre comprendido, muchas veces muy poco valorado, realizado en silencio, casi siempre femenino (en Aragón un 89%) y sin ningún control formativo, lo que los convierte en trabajos en precario y sin las condiciones mínimas para que ellos mismos cuiden su propia salud.
Normalmente el cuidador tiene entre 45 y 65 años, que tienen que ajustar sus responsabilidades laborales, que llevan una vida muy intensa y responsable, en unos cuidados muy intensos que tienden a quemar a la persona que trabaja de cuidador.
Que muchas veces trabaja casi en aislamiento y sin poder explicar sus dudas y trabajos, con dolencias físicas de músculos y huesos, con problemas psicológicos de responsabilidad no bien gestionada, problemas de sueño y de descanso, de estrés negativo, tristeza social, incluso sensación de culpa sin ningún motivo, y sin duda sensación de que además de no estar bien orientadas siempre son las culpables de que algo no ha funcionado bien.
Cuando hay que cuidar a personas con intensidad, sin duda hay que recurrir a Centros de Día, a Residencias de Personas Mayores, donde además de estar mejor tratadas las personas que necesitan los cuidados, se evita hacer enfermar al cuidador. Pero para ello se necesitan dos variables imprescindibles.
Ayuda pública en los precios de estos servicios y Control de Calidad para que sean mucho más que espacios de abaratamiento de la residencia de personas enfermas o muy mayores.