Hemos estado diez días comiendo y cenando con catalanes mayores de 50 años, gentes con mucha sangre en su Cataluña natal o de recogida. Los había abiertos o cerrados, pero algunos también cabreados y recelosos. Mientras otros eran muy dados a reflexionar, incluso a comentar los momentos.
Pero en todos ellos se les nota un cierto sabor amargo del momento. Incluso en algunos un cierto dolor y una violencia entre ellos que no es lo que yo hubiera deseado, pues nada es peor que la herida causada entre amigos y vecinos. No debemos consentir que sean precisamente ellos los que se dividan y se tercien, se rompan y se miren con asco o dolor. Un pueblo dividido si además tiene que convivir, es un pueblo arruinado.
Alguien debe poner cordura, serenidad, calma, diálogo, soluciones. Y quien no sepa, no quiera o no se atreva, lo que debe hacer es retirarse de la política, pues este es un problema político. Cuando se rompe el coche lo llevamos al mecánico. Cuando se rompe la sociedad tan solo el político es capaz de subsanarla. Pero a veces tarda muchos años en llegar o en ser llamado.