No apuremos a los niños en sus exigencias, tienen toda la vida para ser grandes y adultos. Dejemos que vayan aprendiendo mientras juegan, que se manchen, que se mojen, que se ensucien de barro, que se caigan y se levanten ellos solos, mientras los observamos. Tienen que aprender a levantarse solos, y para ello antes tienen que caerse. Entreguémosles la naturaleza y quitémosles parte del tiempo de pantallas, de realidad creada para entretener por gentes que no son los que deben educarles.
Hay que darles sobre todo tiempo para compartir con nosotros, debemos reírnos con ellos y enseñarles que lo más importante del mundo no tiene precio, no se puede comprar, está para que lo cojamos con nuestras manos o nuestras miradas. Y mientras tanto hay que quererles mucho, abrazarles y enseñarles a que nos abracen.