Y al ser aquello una Reforma Política, empezó como indica la palabra por una reforma de lo existente; no por retomar lo abandonado, ni por copiar lo que tenían otros países, ni por edificar algo nuevo. Se intentó reformar el Franquismo, sus instituciones, sus partes más cercanas a la democracia, pero sin entrar en una Democracia plena. Tuvo que ser Adolfo Suárez con su llegada a la Presidencia de España, quien de verdad empezara un proceso de Reforma Política en serio, cuya meta era lograr la democracia lo antes posible.
Desde la muerte de Franco y la investidura del Rey Juan Carlos I tuvieron que pasar 7 meses de timidísimos cambios engañosos, antes de que España empezara realmente a dar pasos hacia la democracia, hacia la Transición de una democracia avalable por todo el mundo occidental.
Se podría decir engañosamente que en realidad fue el mismo Juan Carlos I quien desde el primer día tomó las riendas de la Transición, pero aunque su discurso de proclamación indicaba pasos, es verdad también que en aquel primer discurso nombró a Franco y aseguró “firmeza y prudencia” en el nuevo camino de España, y repitió cuatro veces la palabra “orden” y otras cuatro “tradición” durante su discurso. Tuvieron que pasar siete meses para que al final y ayudado por “otros” y no todos españoles, eligiera a un pastor de ovejas que realmente creyera que España se merecía “otra cosa” que aquel tardo franquismo disfrazado.
Reforma de lo viejo, sin destruirlo. Y sobre todo sin pedirle explicaciones de ninguna clase a los anteriores. Transición pactada a través de una Constitución nueva que luego y con los años no hemos querido implantar ni respetar en toda su extensión social, pero que sí hemos modificado para cortar algunas de sus partes buenas.