En los últimos 50 años, casi siempre han sido los jóvenes lo que han peleado desde las pequeñas o grandes revoluciones europeas o mediterráneas por las mejoras sociales. La lucha de clases se debilitó a mitad del siglo pasado, aguantando en España unos años más por el clásico retraso democrático y social, rémora de la dictadura.
Seguimos en 2018 en el mismo punto. Mujeres jóvenes sobre todo se alzan contra la injusticia de ser mujer minusvalorada en respeto, dignidad o sueldos. Hay una variable que tal vez habría que añadir. La de los pensionistas. Lo seguiremos observando. Pero de momento son los jóvenes los que tiran del carro de las reformas o se quedan frenados en espera de mejores tiempos.
Las clases medias y los adultos está acojonados, sin fuerza, rezando para que no les toque a ellos ni esa indignidad laboral de los jóvenes, ni la debacle de los mayores de 55 años.
Uno con 55 años en España puede ser el ciudadano más válido del mundo mundial o una piltrafa humana. Depende de si su empresa cierra o si lo despiden con razones de rejuvenecer la plantilla. A partir de ese momento se convierte en un pensionista prematuro aunque se estuviera comiendo el mundo hace una semana. Lo normal es que no vuelva a trabajar.
Por eso su inanición política y social no se entiende bien. Y por eso admitimos que solo nos quedan los jóvenes como artífices del futuro. Sea bueno o malo. Volvemos a 1968.