Aunque no existían los sindicatos legalizados, los partidos políticos, los trabajadores teníamos que unirnos en la defensa de nuestros derechos, dentro de las pocas posibilidades que teníamos para organizarnos.
Las reuniones eran en los Pinares de Venecia en el caso de Zaragoza, o en locales de algunas iglesias donde algunos sacerdotes apoyaban los intentos porque la libertad lógica y básica estuviera presente en la sociedad. La iglesia facilitaba las reuniones de sindicalistas y también las de las Asociaciones de Cabezas de Familia, que eran los gérmenes permitidos de lo que luego fueron las ASociaciones de Vecinos.
Pero todo eso llevaba unos gastos que había que soportar. Y no existía forma de afiliación ni de carnet de pertenencia. Así que existían estas tarjetas que vemos en la imagen y que servían para lograr algunos ingresos, como apoyo a los sindicatos, y que pagábamos tanto militantes como simpatizantes, o incluso y siempre de forma voluntaria, las personas que acudían a algunas actividades culturales, tipo cine forum o recitales.
Llevarla encima indicaba que ya habías colaborado. Una forma de identificarte también.