Empiezo esta nueva mañana escuchando a Joaquín Sabina. Es una buena manera de moverme con los dedos al ritmo de sus poemas. Los que tenemos nuestra edad, es decir toda —mucho mucho ruido, tanto tanto ruido— tenemos todos los recuerdos agrupados en el trastero de la cabeza…, tantos que ya no nos entran nuevos cachivaches.
Nos decimos siempre lo mismo —y con tanto tanto ruido, no descubrimos al final el final— para buscar la salida. Ese ruido del mar que buscamos entre tanto ruido, mucho mucho ruido, tanto tanto ruido, que al final solo escuchamos ruido de frenadas, de amenazas, ruido envenenado, tanto tanto ruido, tantos lodos, tantos años perdidos, que nos parece un ruido de animales que se nos contagia.
Un ruido silencioso que hay no queremos ni escuchar. Ruido intolerable, un ruido sin sentido, ruido ruido ruido. ¿Y para qué tenemos que seguir soportando tanto ruido?
No somos los más tontos del Congreso, del Ayuntamiento o del barrio. Pero no nos importa parecerlo. Hemos aprendido a reírnos de ser tontos. A relativizar todo, pues ya hemos descubierto hace años que todo es relativo. Incluso lo que ya nace relativo. Pero seguiremos disfrutando de Sabina y de nuestro dedos, “tecleteando” palabras o ritmos. Cantando en silencio o a gritos. Bailaremos desde el sillón de los agüelicos amansados de cuerpo pero no de cabeza. ¿Quieres cantar, solo o con gente?