El decrecimiento parecía inevitable para encarar la salida de la actual crisis global de estas décadas de inicio del sigo XXI, crisis compleja además de completa y globalizada, pues cuando ya parecía algo domesticada nos llegó la pandemia para volvernos a marear.
Nos quisieron decir que el decrecimiento era bueno para poder pagar las deudas e intentar ahorrar. Hemos vivido los primeros años del siglo XXI, falsamente en un crecimiento provocado por los mismos que luego nos pedían frenar y decrecer en el consumo, y que parecía la panacea de todos los problemas.
Nos habíamos engañado entre todos, creyendo que solo el crecimiento constante nos podía proporcionar la felicidad, el trabajo, la economía mejorada. Ahora estamos en el pozo del decrecimiento simplemente porque todo lo que sustenta nuestros pensamientos sociales se ha hundido.
Decrecemos y estamos sin creer en nada. Ya no creemos en los bancos, tampoco en los gobiernos.
En Europa tampoco en la iglesia, casi tampoco en la familia, menos en el trabajo pues nos ha hecho dudar de cuanto durará, en el consumo, en los medios de comunicación, en el esfuerzo imprescindible para buscar la excelencia.
Todo está en duda y es lógico que para salir tengamos que reconfigurar muchas cosas.
No es posible trabajar como hace una década. No hay trabajo para todos.
Y eso supone que el trabajo (no todos, cuidado) valga menos, tenga mucho menos valor. Aunque seamos capaces de producir mucho más por nuestras horas de trabajo. Los empresarios han aprendido a pagar menos, aquí y sobre todo contratando fuera o de fuera.
Así que ya no es posible consumir como antes y esto es una ventaja para salir de la actual situación. El mundo no puede soportar un consumo sin control en donde muchos más, consumimos cada uno mucho más. Hay un punto de no retorno.
La sostenibilidad es inevitable y obligada en todas nuestras decisiones.
Ya no nos fiamos de los que gestionan la sociedad. Tenemos que soportarlos hasta que se invente “algo nuevo”. Pero la sociedad occidental está muy atenta a que pueda surgir un sistema social y económico diferente. No sabemos de qué tipo. Atentos por si acaso, para aupar o para doblegar. Depende.
Sabemos que nos siguen engañando y de momento nos dejamos, pero es cuestión de tiempo el que se reaccione. O al menos esa es la esperanza.O el miedo. Depende del tipo de reacción.
La violencia no es la solución, pero sí lo es que tomemos responsabilidad de lo que hacemos, que sepamos tomar las decisiones personales que busquen la calidad de vida, que pongamos en valor la organización celular, la información y sobre todo la formación constante y por nosotros mismos.
Somos capaces de vivir mejor si queremos.
Por mucho que todos esté montado para que no seamos capaces de querer. No les interesamos muy preparados, les interesamos justamente preparados para no quejarnos pero para ser excelentes en lo que a ellos les interese en cada momento.
¿Y a nosotros… qué nos interesa?