Todos nosotros hemos visto gated communities o Comunidades Cerradas y de lujo en la Costa Brava, en Andalucía, en Madrid o en Miami, en persona o en televisión, las urbanizaciones donde las familias de alta economía viven como escondidas a los ojos ajenos, entre el agua del mar que les entra por canales, los jardines privados con árboles exóticos donde se comunican entre los vecinos de idéntica procedencia económica, siempre rodeados eso sí, por fuertes medidas de seguridad activa, y por juegos de entretenimiento natural como puede ser el golf o los hipódromos.
En la medida en que las diferencias sociales entre las diferentes partes de una sociedad se agudizan, se contrastan, más se separan estos grupos sociales del resto, más inseguros se sienten, más seguridad activa requieren. Más se encierran en sus propias zonas de vida.
Son las famosas gated communities o Comunidades cerradas, de las que sólo en los EE.UU. se cree que hay más de 30.000, donde se cree que ya viven unos 20 millones de personas.
Estas urbanizaciones no son ni ciudades ni pueblos, son islas de las que salen a comunicarse cuando se sienten seguros y de forma esporádica. Casi disimulando y a ciertos locales del entorno. No forman sociedad, pues ellos creen ser “la sociedad” y todo lo demás los añadidos que necesitan para funcionar. Funcionan en grupo, siempre que sea “su” grupo.
En los países más pobres también existen estas formas sociales de vida. Incluso más acentuadas. Se pueden ver como lugar más cercano a España en nuestro vecino Marruecos. Pero insisto que no es necesario salir de España para verlas de lejos o separadas por el agua.
No pueden ser considerados barrios, pues para ello sería necesario una vida de calle, unos lugares comunes de convivencia abierta a todos. Y en estas zonas esto, aunque parezca lo contrario, no existe.
Sí existe la iglesia, el restaurante, el local de juegos, pero poco más. Aunque es cierto que en los últimos años se están construyendo en algunos países, auténticas gated communities de enorme tamaño, con rascacielos, hospitales, escuelas y centros comerciales propios.
Incluso se puede dar el caso, como en alguna zona privada de Zaragoza, donde dentro del mismo recinto quieran convivir diversas formas sociales que no se admiten entre ellas, por la diferencia económica que supone a los ojos de alguno de los grupos. Algo que los diferencia y que curiosamente para la mayoría de nosotros no sería una diferencia.
Unos se llaman a los otros de forma despectiva, dejando muy claro quienes son de cada grupo social. Ocupan cuotas de poder en las directivas, se pelean, ocupan espacios propios en sus zonas comunes.
El conflicto puede venir por poseer más o menos terreno alrededor de sus edificios, el que sus viviendas sean chalet o adosados, sean antiguos o nuevos, tengan árboles privados o no puedan tenerlos por algún motivo. El caso es siempre sentirse más y mejores que los que están más cerca.
Aunque algunas comunidades priman tener dentro de sus gated communities a grupos sociales de Clase Media que realizan el trabajo intermedio que les separa entre los obreros que acuden a trabajar desde el exterior y ellos mismos.
Asesores, médicos, artistas, personas de un nivel medio que les resulten agradable, diríamos que bufones del siglo XXI que hagan de “amigos” en las relaciones constantes. No es clasismo señalar esto, el clasismo es potenciarlo desde dentro y buscarlo para sentirse más cercanos a la realidad.
Queda claro pues, que eso no son sociedades felices pero la saben buscar o construir, y sin duda tampoco barrios…, ni además querrían serlo nunca.
Ellos odian el concepto “barrio” y todo lo que eso supone de unificación social. Pero es su decisión, su forma de sentirse más seguros. Cuanto más se posee, más necesidad se tiene de sentirse seguros. Debe ser que no quieren perder lo que tienes, por ser mucho. En cantidad, claro, no siempre en calidad.