El otro día me chupé unos discursos en la calle de Ronald Reagan a sus gentes en esa América rural y recia, que sabe perfectamente lo que necesitan aunque parezca brusca y ruda (soy así de raro, chupándome a Reagan). Y Ronald Reagan también sabía perfectamente qué querían escuchar aquellas familias amarronadas por el campo y el sol. En aquel momento —en el mío del momento mientras escuchaba— me dí cuenta claramente por qué ganó Ronald Reagan a Jimmy Carter que se presentaba a la reelección, y por una diferencia de casi un 10%. Ronald Reagan sabía emplear los marcos mentales como nadie.
Han pasado 35 años, pero el actor Ronald Reagan se impuso claramente sobre todos sus contrincantes, tanto en el partido Republicano primero para ser el elegido como candidato como en el Demócrata al final, simplemente porque dominaba como nadie el mensaje, la palabra, los gestos, las miradas a sus interlocutores, la televisión, los lugares desde donde se dirigía a la gente y los temas sobre los que debía hablarles. Claramente estaba haciendo una gran película que le salió perfecta. A él, claro, al mundo no.
¿Deben pues ser actores los aspirantes a Presidentes? No, claro que no. Pero ayuda. Los votantes elegimos por muy diversas causas, por la suma de muy diversos factores donde la credibilidad es fundamental. Y a veces para ser creíble o no serlo, funciona muy bien la aptitud dentro de la actitud. En el caso de Reagan fue al revés, primó la actitud sobre la aptitud. Y ganó. Y ganó porque sabía en cada momento a quien se estaba dirigiendo y qué era lo que les debía decir.
Hablaba a la gente como ellos querían escuchar. Cómo si Reagan fuera de ellos mismos, como un gran conocedor de sus micro problemas para los que planteaba macro soluciones muy sencillas. Muchas veces les planteaba soluciones de barra de bar, de esas que todos hemos escuchado en la tertulia de copas. De las que todos nosotros (o casi) hemos planteado idiotamente creyendo que es sólo sentido común. Por ejemplo: Si no hay trabajo y los inmigrantes sí tienen trabajo, lo sencillo para tener más trabajo es expulsar a los inmigrantes. Más fácil imposible. Más idiota tampoco.
Efectivamente Ronald Reagan gobernó como había hablado en su campaña electoral. Con dureza y sentido común cortito de miras hacia la sociedad, creando lo que todavía se recuerda como el inicio de la peor época de liberalismo caduco, bajada brutal de impuestos y libertad total de los mercados, con un control exquisito sobre todo lo que se meneara, fueran delincuentes o huelgistas. Eso sí, tuvo la enorme suerte de contar en el mismo momento histórico con la ayuda mucho más inteligente y dura de su “amiga” Margaret Thatcher desde Reino Unido. Todavía estamos sufriendo de aquellas ideas que acabaron por mover Europa hacia las privatizaciones y la pérdida del sentido del Estado de Bienestar como una organización común hacia los ciudadanos.