No hay una izquierda, hay varias, como hay varias derechas pero ellas se han leído el manual de instrucciones y terminan todas juntas. Si hay dudas preguntar a Ciudadanos que se creían vencedores sobre el PP y ahora están leyéndose con rapidez todos los libros americanos de cómo no desaparecer en el intento. Hay varias izquierdas, decía, como hay varias derechas, pero si bien estas últimas se preocupan de ir juntas de cara a la galería y muy separadas de cara a sus propios despachos -algo parecido al asunto familiar del PSOE-, el resto, los de izquierdas gustamos dejar bien claro lo que nos diferencia y no lo que nos une. Eso también es marketing pero no lo queremos asumir. Nos queremos diferenciar no para ser más eficaces, sino para lograr un espacio propio desde el que asentar nuestras propias tiendas de campaña. Un claro error muy moderno.
Incluso el objetivo de las diversas izquierdas es diferente, pues nos podemos basar en una filosofía política diferente, vien en una década histórica distinta o en un adjetivo o apellido muy diferente. No es lo mismo controlar las barbaridades del capitalismo de laboratorio que parar, transformar, cambiar, evitar, romper, destruir o revolucionar. No es igual creer que la clase trabajadora sigue existiendo a que pensemos que se terminó en los cambios tecnológicos de finales del siglo pasado. No es lo mismo basarse en Marx que en Sampedro, en Bakunin que en Keynes, en Engels que en Olof Palme. Y sé que me he ido de punta a punta.
Así que cuando Alberto Garzón dice que hay que repensar la izquierda, sabe sin duda que el trabajo es hercúleo aunque merezca el trabajo toda pena. Las personas que trabajan desde la izquierda saben perfectamente diferenciar la mayoría de las ideas socialistas, comunistas, anarquistas, socialdemócratas, laboristas, demócratas, cristianos de base, nacionalistas amables, etc. Incluso como sabemos bien no es lo mismo el socialismo libertario que marxismo libertario o no es igual el socialismo autogestionario o el socialismo de Estado. Lo sabe diferenciar pero le da igual los pocos matices de diferencia.
Todo esto sin duda resulta curioso, sorprendente e irrisorio para una gran parte de la sociedad que necesita tener menos problemas y sobre todo menos abusos. Y no acepta en ningún grado estas diferenciaciones de segundo apellidos que nos lleva a ser incapaces de resolver problemas. ¿Galgos o podencos?, pues no, jetas abusadores que saben que nosotros somos tontos de baba por estar divididos por los apellidos. Convertimos en enemigos al socialista que se diferencia en el segundo apellido de su filosofía, y no nos fijamos del abusador de libro que goza jodiendo al más débil que es el que peor se puede defender. Hay trabajo por un tubo, pero de los de alcantarilla.