Todos destacan hoy el mensaje suave, integrador, prudente, de padre espiritual casi, que nos lanzó ayer el Rey a todos los españoles en el mensaje navideño. Yo no comporta este análisis. El excesivo tiempo dedicado a hablar de la integridad territorial indica claramente que quería sin nombrarlo casi, hablar de Cataluña y de sus deseos de independencia, pero sin añadir ni una simple palabra de solución, de cambio en las relaciones, de idea nueva que sirviera para dar luz. Si el Rey no está para dar ideas, tampoco debería estar para opinar de lo humano o lo divino. Lo uno debe estar unido a lo otro.
Efectivamente no se salió ni un ápice de su papel institucional, y no tiró de las orejas a nadie, faltaría más. Ese si que no es su papel, y sabe que de hacerlo las cosas se le complicarían mucho más. Pero si dedicas 8 minutos de 13 para hablar de España en todas sus posibilidades como unidad, que está bien que conozcamos nuestro potencial, sin duda, no hubiera estado demás, que hubiera lanzado una línea de esperanza dentro de las soluciones. No le pido que nombrar ni el derecho a la autodeterminación ni situaciones parecidas, mi tontería no va tan lejos, pero un pequeño grito al diálogo entre la partes hubiera estado bien.
Tratar a los españoles como a súbditos está mal. Tratarlos como buenas personas que con un simple mensaje aceptarán cambiar, es un error. Lo importante no es lo que yo piense de su discurso, sino lo que piensen en Cataluña. Pues si convence a los españoles de que lo que quiere hacer Cataluña es muy malo, y en cambio no logra convencer en nada a los catalanes, lo que se logra es más separación, más distancia, más enfrentamiento.