Este blog lleva un tiempo avisando que la única solución para el problema catalán sería el diálogo entre todas las partes, y que nos llevara hasta un referéndum pactado y perfectamente tasado en condiciones. Ayer esta propuesta fue destruida en el Parlamento catalán por 114 votos de Diputados.
Para modificar el Estatuto de Cataluña se necesitan el 66% de los Diputados. Para independizarse de España (y romper el Estatuto) sirve con poco más del 50%. Las resoluciones de los Parlamentos son muy importantes y tan equivocado es pensar que pueden decidir lo que ellos quieran, como decidir que no tienen ninguna importancia por existir otros Parlamentos de índole superior.
El 48% de los catalanes que votaron a los partidos que ahora están de acuerdo con la independencia de España, NO votaron el texto que ha servido para plantear esta independencia. No tuvieron ocasión de votar algo que ha servido para plantear históricamente la segunda ocasión de configurar una República Catalana fuera de lo que decide toda España.
La decisión de ayer afecta y mucho a todos los españoles. No ya por perder a Cataluña, que también, sino sobre todo por lo que supone de crisis en las relaciones exteriores y por lo que supone de inicio de cambio institucional y constitucional en todo el edificio legal de España, aunque ahora no seamos conscientes todos de los cambios inevitables que se van a producir.
Ayer no sólo se inició un proceso que puede llevar por este camino —o por parecidos— a la separación de territorios de la España que conocemos, sino para proclamar la República o para cualquier cambio constitucional que sólo afecte a ciertos territorios y no “al todo”. Efectivamente este proceso fracasará, pero se abrirán las posibilidades de otros, con variables, con otros actores y caminos, lo que exige unos cambios legales en la Constitución y los aparatos que sujetan todo el sistema, y que pueden suponer el coartar libertades, minar el tipo de relaciones que hasta la actualidad hemos tenido entre todos.
Entre resolver situaciones como esta empleando la política, la Ley o la fuerza, no hay color ni alternativa. No existen más que estas tres posibilidades de actuación. Todo lo demás son palabras para entretener y disimular. La política supone dialogar y ceder todos. La Ley supone que el asunto lo arreglen “otros” que no son políticos y con las normas de juego ya conocidas y escritas. La fuerza representa la herramienta que sólo se emplea cuando todo lo anterior falla, pero es un elemento que saben y pueden emplear ambos actores. En todo proceso al final, siempre al final, se impone volver a utilizar la política para cerrar las puertas abiertas. Aunque falle la política en sus inicios, siempre hay que recurrir a la política al final, aunque sean 40 años de vacío social.