Las guerras han cambiado con el siglo, y entender esto es fundamental para defenderse. Lo saben sobre todo los gobiernos que conocen la importancia de que la sociedades entiendan sus decisiones, para no encontrarse desde dentro con la mayor defensa de la inacción. La pasividad es un gran enemigo para lograr la seguridad, cuando la otra parte no está inactivo. Cuando el terrorismo crece de tamaño, se convierte en guerra, aunque nos cueste mucho admitirlo.
Nombrar la palabra “guerra” resulta además de muy duro un paso más en el entendimiento de todo lo que sucede. Ahora las guerras ya no son un periodo corto en el tiempo (aunque duraran 5 interminables años) ni un periodo constante de conflictividad entre países. Hace 14 años del ataque a las Torres Gemelas, 11 años del ataque a Atocha. Nadie sabe ni cuándo ni cómo seremos capaces —entre todas las partes— de acabar con el terrorismo global.
Las guerras no se dan entre ejércitos de países, entre Estados que buscan resolver un conflicto, entre militares de bandos enfrentados. Ahora son grupos ajenos a los Estados los que en realidad comienzan muchas de las guerras, sin necesidad de tomar antes el control del Estado, y sin unas fronteras claramente marcadas. Se lucha por controles de la opinión pública propia o ajena, contra los objetivos civiles que son los que más propaganda generan.
El salto que ha dado el terrorismo en la última década es muy peligroso sobre todo al utilizar todo tipo de tecnologías para hacer daño, para lograr reclutar a simpatizantes, para controlar espacios, para comunicarse, para desde lo mínimo lograr lo máximo. Es verdad que los sistemas de defensa siguen siendo los habituales y además en muchos casos no son nunca tomados todos por intereses económicos. No hay controles suficientes en las ventas de armas, en las transacciones económicas de materias primas, etc.
Las armas de guerra ya no son tampoco las que siempre hemos conocido. No son necesarios tanques, grandes cañones, aviones o barcos. Ahora por desgracia las armas son mucho más pequeñas, algunas pequeñísimas, complejas de controlar por los sistemas de defensa, caseras en algunos casos, y desde unos mercados negros que mueven estas armas con una facilidad espantosa entre Estados fallidos o entre países en guerra. Internet ayuda a vender, pero también a fabricar. Y por desgracia se sabe que hay formas de destrucción muy peligrosa, que están siendo buscadas por grupos terroristas.
En las guerras actuales no se busca controlar un espacio geográfico, conquistar una colina, tomar una ciudad. Ahora eso no sirve para casi nada. Las ciudades —por desgracia para los que las habitan— cambian de manos muchas veces en el tiempo, los grupos de combatientes cambian de lugar con suma facilidad, pues ya no son grandes ejércitos, sino grupos pequeños adaptados al terreno. Ahora el éxito para quien ataca es lograr que los medios de comunicación repitan miles de veces su actuación, lograr ampliar el miedo y el terror, que sus actos muevan dudas y conciencias entre las sociedad a las que consideran sus enemigas.
Nos parece a todos que hablar de estos asuntos es dar pábulo al peligro y con ello a las ideas de los terroristas de crear terror. Como también parece que hablar de guerra supone abandonar la palabra “PAZ” como el elemento que debería impregnar todo tipo de conflictos. Pero la realidad humana es constante en estos asuntos. La única forma de lograr la PAZ es aprender a defendernos, a defenderla, conocer lo que nos está sucediendo, ser conscientes de que aunque nos empeñemos a ser de una manera determinada, en todo tipo de conflicto hay dos bandos y somos lo que quiere el otro bando que seamos. Admitirlo no es nada sencillo, pero desde la realidad de su punto de vista, Europa y los occidentales somos “la otra parte” del conflicto.
Todo tipo de respuesta debe ser inteligente. Pero sobre todo hay que buscar tipos de defensa pasiva o activa, que realmente sirvan para su cometido y además no supongan mucha pérdida de nuestra forma libre de vivir y convivir. Esto último, asumiendo que es muy complejo de lograr.