Como muchos de vosotros estoy mirando los sondeos electorales que se están publicando y me entran ganas de llorar. Pero yo no pienso ponerme a llorar por esto. Y lo hago con facilidad en otros asuntos, pero no ante la tontería manipulada que admitimos con gozo.
Ayer Muñoz Molina escribía un artículo en El País para hacer llorar sobre la realidad de la educación pública en España. Tampoco lloré. Me estoy volviendo un duro. Casi un agnóstico social y político. ¿Por qué lo permitimos? Pues no lo sé. Eso es lo curioso en todo esto, que lo admitimos, que nos parece bien y callamos.
El espíritu del 15M se ha ido. Me contaba el otro día una amiga que los muertos se quedan entre nosotros un tiempo, que necesitan un tiempo para irse, para hacer el traslado. Y que en eses tiempo están con y entre nosotros, interactuando y viviendo en los mismos sitios de siempre. Hasta el día que se vean del todo, hasta que efectivamente el alma se muere si entendemos que morir es partir. El “alma” del 15M ya ha partido. Y no hemos aprendido nada. Es cierto que de aquello sólo era posible aprender del espíritu que emanaba, pues era muy teórico y abstracto, pero ya no queda ni el color ni las formas.
Creamos empleo. Por horas pero lo creamos. Ya no debemos tantas hipotecas pues quien no puede pagarlas ya ha sido desahuciado y el resto va pagando desde el año 2007 ocho años y queda menos. Pero aunque siguen saliendo corrupciones de todo tipo parecemos vacunados, acostumbrados a todo. Incapaces de mirar a Europa como no sea para reírnos de ellos. Es lo mismo que hacen los europeos de nosotros.
A ciertas edades, como la mía por poner un ejemplo, lógico sería estar callado y dedicarme a jugar al guiñote. Pero ha salido raro y me quejo. Eso sí, sin llorar. Ahora ya lo hago como muchos de vosotros, con la media sonrisa que me dicta saber que efectivamente, toda´via podemos ir a mucho peor.