El próximo domingo y sin sorpresa se votará en Cataluña por una Generalitat diferente, que marcará otro punto de “no retorno” en la política de toda España. La zafiedad a veces, la inoperancia otras, la sinsustancia de todas las políticas del gobierno de Madrid han logrado que llegáramos a este punto, cuando hacía décadas que ya se veía venir el asunto catalán por delante del vasco, como el más importante para desatar o no, la ruptura de esa España unida que se hilvanó otra vez en 1977 pero que no se quiso terminar de coser.
Para estar unidos hay que estar contentos. Las sociedades que son diferentes tienen siempre y en todas las zonas del mundo y de la historia, la obligación de cuidar las relaciones, de entender las diferencias, de respetar las mismas como si fueran suyas, de estar muy pendiente de las alarmas.
En las próximas semanas —yo creo que— nadie declarará la independencia de nadie, pero habremos escrito otro capítulo más que sí avanza en esa declaración de independencia que al final será inevitable. Y es posible que como no se producirá ni el mismo lunes o jueves, haga crecer las ideas tontas de los tontos, de que los catalanes no tienen arrestos, de que saben que es imposible, de que al final solo querían asustar.
En España las alarmas han ido sonando desde hace muchos años, sin que nadie con mando en plaza se dedicara ni a mirar por qué sonaban, ni a hablar en una mesa común pero con seriedad y ganas de resolver, los motivos de que las luces rojas o naranjas o amarillas se encendían cada poco tiempo. Avisos de lo mal que se estaba haciendo hemos tenido muchos, grandes avisos de peligro unos cuantos, errores por parte de todos han sobrado.
Ahora el domingo y una vez más, volverán a sonar las alarmas. Todavía nada es definitivo y eso hace que siempre encontremos a tontos que piensen que al no serlo, ellos pueden tomar la decisión que les venga en gana. Lo malo de esos tontos temporales es que siéndolo, sus decisiones cuando les viene la gana, son también de tontos. Y digo temporales no porque dejen de ser tontos, sino porque su trabajo de gestión es temporal y fácilmente sustituible por otros tontos, entre los que me incluyo y entre los que incluyo a políticos catalanes que han equivocado el orden de los factores.
Nadie en estos momentos está planteando una opción de solución viable y duradera, simplemente porque los años de problemas han convertido en callo el problema y con ello han restado soluciones que parecen las más sencillas y válidas en otro tiempo, en otras circunstancias. Nos equivocamos si seguimos pensando que el problema “es” Cataluña. La actual situación ya no es Cataluña sino los catalanes, que aunque puede parecer un cambio sin importancia, no lo es en absoluto. Los catalanes ya no quieren soportar más ciertas actitudes que les vienen desde sus vecinos del oeste y han decidido como mal menor (según ellos) que se van, que se divorcian, que se despiden.
El federalismo con ser una opción válida hace 10 años, es ahora una sinsustancia para Cataluña. Habrá que reformar la Constitución, cambiar términos, abrir un proceso complejo y sin miedos, pues el auténtico miedo debe ser que Cataluña y después otros hagan palanca desde el próximo domingo. Y Cataluña podrá ser viable en pocos años, pero algunos otros territorios no lo serán en muchas décadas. No debemos olvidar que algunos procesos históricos para que sirvan y funcionen necesitan de una velocidad lenta pero sin pausa y con un objetivo contundente hasta el jaque mate.
Hoy dicen que más del 60% de los catalanes quieren seguir estando dentro de España. Y sin contradicción dicen esos mismos que el 45% quieren la independencia de esa España. De “esa” España. Y si se les pregunta más, dicen en un 80% que España los ha tratado mal cuando no directamente los ha maltratado. Aquí lo importante no es saber si tienen razón o no, lo importante es que así lo sienten. Y son millones. ¿Alguien sabe lo que representa ante cualquier problema o solución de una sociedad, que sean millones y que lo sean durante años y lo demuestren en la calle una vez y otra y otra?
Los catalanes saben que ha existido corrupción en sus tierras, pero la obvian ante lo más importante para ellos. Los catalanes saben que los primeros años de independencia van a ser muy malos, y lo separan del proceso. Saben también que les costará volver al punto de partida económico que hoy tienen pero saben que unidos serán capaces de construir con más velocidad. Y mientras tanto en el resto de España miramos. Sólo miramos o insultamos, o criticamos, o confiamos en el ejército, o en Europa cuando no directamente en Obama. Es decir, nos comportamos como niños sociales. ¿Qué pensaría usted, si fuera catalán?