Lo curioso de este cartelito en el suelo de Madrid es que no contenía dueño. No estaba acompañado del pobre obligatorio que debería estar a su lado. Era un simple plato metálico y el cartel en dos idiomas, pues para eso en Madrid pululan muchos turistas. Parecían los trastos del oficio, recogidos por ser la hora del café. O el descanso de media mañana. Cuando menos curiosa escenificación de la pobreza, en dos idiomas con Dios de por medio.