Al comprobar ayer como se insultaba al que había sido un líder deportivo generoso, Iker Casillas, a uno le entran ganas de no querer pertenecer a ningún grupo humano. No sirve de nada ser un héroe o un simple trabajador social, auténtico o artificial, pues tu duración respetable depende de un viento. No fueron mayoría los que insultaron, pero la mayoría calló, empleó el silencio para asentir.
Es habitual romper figuras de cera desde la posición ambigua de los sin sentido. Cualquiera se siente algo importante si además de pagar se escuda dentro de una masa. Esto es muy viejo. El dinero del pago te convierte en poderoso mientras lo usas para pagar comprando sensación artificial de poder. No se trata ni de tener razón ni de ser inteligente o generoso. Se trata solo de demostrar con unas pocas monedas que tienes el poder falso de dominar y actuar aunque estás completamente manipulado por todo lo que te controla.
Mientras haya una figura a la que insultar libremente, queda la sensación de que tú nunca serás insultado pues tienes poder. Que en este caso dura 90 minutos solo. Se equivocan quienes piensan que el poder lo ostentaba quien insultaba al trabajador de la pelota. El poder real lo tiene quien se fue con su cochazo al chalet de alto nivel, riendo mientras contaba los fajos que tanto trabajo había costado lograr a los empleados que insultaban.