Cada vez resulta más complicado interactuar entre personas, intercambiar sensaciones entre desconocidos, incluso hablar con algo más que con monólogos desde un invento llamado internet que nos había abierto las puertas en apariencia hacia una comunicación mucho más amplia. Pero parece que la realidad es muy otra.
No tenemos ganas de comunicarnos, si acaso de lanzar gritos al aire, pues para comunicar se necesitan dos direcciones y estas no se dan. Lanzamos mensajes en botellas modernas, pocas veces se recogen, cada vez hay más botellas flotando en el aire, pero bien cerradas con corchos herméticos. Si acaso vemos imágenes, aunque sean de textos, picoteamos durante segundos y nos movemos con increible velocidad entre páginas, buscando lo nuevo sin pararnos en nada, pensando más en lo que nos perdemos si seguimos allí que en lo que ganamos si continuamos leyendo. ¿Tendremos los ojos preprados para tanta mirada tan rápida y escasa?
La sociedad debe abrirse, pero no estamos por la labor. Tal vez por miedo, por hastío o por saturación. Nos volvemos a encerrar sobre nosotros, acortamos la recepción de los mensajes y nadie sabe como abrirlos más. No sé si debemos aceptarlo como ahiora está o revisar bien nuestras formas de comunicación. Ambas posibilidades son correctas a priori. Cada vez más estamos abandonando los ordenadores y abrazando los teléfonos móviles como forma de comunicación global. Pero cada herramienta es diferente y sus posibilidades aunque nos parezcan las mismas, no lo son. Seguiremos atentos, pero de momento casi la mitad del consumo de internet en España se hace desde el teléfono.