Hoy he pasado por el quirófano en lo que pensaba iba a ser una tontería de cinco minutos y que se ha convertido en un ejercicio de una hora. Había calculado muy mal el tiempo del corte y los pespuntes. El trato personal maravilloso, los mecánicos del bisturí eléctrico un lujo si no fuera por el olor, los pasillos y el quirófano impresionantes.
Impresionantes por lo que impresionan. Uno en un hospital puede entrar como yo hoy que debe ser la forma más amable, o hecho unos pingos. Pero la parafernalia y el procedimiento es casi similar. Calzas verdes, pelo cubierto, desnudo totalmente, frío, silla de ruedas, nada de metal, cara de circunstancia cuando no de miedo y amabilidad. Vacío y mucha luz.
Alrededor de mi mesa de quirófano estaban nueve personas empujando mi pecho y mirando por dentro, poniendo luces o añadiendo con un spray un producto que olía mal, hablando de mis cortes y poniendo en mis tobillos agarraderas controladoras. Solo había un maromo, el resto chicas azules o verdes de incierto rostro. Solo vi el de una de ellas y era dulce. Pero lo vi al final del todo, cachis.
Yo estaba despierto como se nota, pero encima de mi cabeza se agolpaban los brazos que empujaban la pieza que me tenían que retirar junto al corazón mientras mi cabeza se encontraba tapada por telas verdes. De vez en cuando abría los ojos entre los trapos verdes y contemplaba un hierro pulido que sujetaba la tela para que yo pudiera respirar casi sin sufrimiento. Era mi único contacto con la realidad venial. El resto eran voces que no quería escuchar pues aunque hablaban en casi raro, iban explicando los cortes y los arreglos desde el experto al alumno. De vez en cuando me preguntaban en voz alta si yo iba bien. Jodo, como para quejarse. Yo buscaba con la mirada si mi sangre ya inundaba la tela verde, pero nada, no encontraba nada raro. Con el tiempo que están empleando todos estos en empujar mi pecho y no debo sangrar tanto, me preguntaba yo en silencio. O al están recogiendo en pozales para que no la vez.
Yo enseguida observé que aquellos cinco minutos me los había inventado sin motivo y que el tiempo era enorme. Casi una hora y sin reloj mientras te cortan y cosen, se hacen eternos. Sobre todo cuando tras coser el interior te tienen que coser la piel y eso escuece. No dudas de nada, pero empiezas a pensar que la anestesia se está acabando y que los sufrimientos van a ser brutales como no acaben pronto. Pero piensas en tu edad y te callas, para no alarmar a las nueve personas. Al fin, eres un bloguero, y los blogueros somos valientes.
Al terminar e incorporarme sentado he pedido ver la pieza, una pijada del tamaño de un USB. Era una manera de observar por un instante todo aquello en busca de las enormes manchas de sangre. Ni una tú. ¿Y para qué han estado una hora pues?