14.3.15

¿Es posible el peronismo en España?

En política como en el arte, el populismo crea y rompe moldes, configura estilos y se mal interpreta para asumir diversas tendencias muy diferentes, todos ellas con un denominador común dentro de lo que se considera populismo. ¡Abajo las élites!.

Escuchando algunas de las últimas declaraciones de los nuevos políticos rompedores que surgen en España, de esos que diciéndolo o no —depende de lo que creen más eficaz— se hacen llamar o sentir populistas, uno ha hecho recuento y se ha dado de frente con un populismo complejo, viejo y nuevo, casi peligroso, y del que no estamos hablando casi nada por su mala prensa. No es lo mismo (aunque casi) el chavismo del peronismo, aunque los tiempos tampoco lo son ni las particularides de cada país.

¿Pero qué es el peronismo?

El peronismo abrazaba a los descamisados, a los de abajo, a los pobres sin derechos, a los trabajadores, al mundo sindical hecho a su medida. Se trataba de dignificar a los de abajo, a los trabajadores tan mal tratados desde la política de sus dictaduras. Pero curiosamente desde otra dictadura. Militar por supuesto. Perón formaba parte muy secundario de una dictadura militar hasta que los sindicatos de aquella izquierda le llamaron para dirigir las políticas laborales. No voy a contar toda la historia, sí decir que en un clima de crisis económica grave, sin un partido político asentado y con solo unos pocos meses de funcionamiento Perón se presentó a unas elecciones democráticas en Argentina y las ganó por mayoría absoluta.

 En sus discursos decía que no era ni de derechas ni de izquierdas, que era un dirigente del pueblo y para el pueblo. Pero lo cierto es que en esa disyuntiva de no ser de izquierdas ni de derechas —algo que parece volver hacia España— se creaba ante la historia entre el primer y el segundo tercio del siglo XX una tercera vía que históricamente la han empleado auténticos dictadores como Hitler u organizaciones con triste recuerdo en España como la Falange. Al final ese no ser conduce a que solo funcione un Partido Único.

El peronismo antiguo supo modificar leyes y convertir las relaciones laborales en mucho más positivas y dignas, supo intervenir en la economía pública con diversos resultados según épocas, pero tropezando sistemáticamente en los logros económicos perdurables para una nación rica que no ha sabido organizar su economía y repartirla con esa justicia que dice pregonar. Pero simplemente por torpeza a la que se añaden algunas zancadillas externas y una mala planificación económica en sus vertientes industriales y macroeconómicas.

El peronismo no es comunismo, aunque algunos apuntes se le parezcan como las nacionalizaciones, a veces parece anarquismo en sus relaciones laborales, es socialismo en los repartos sociales, intenta ser liberalismo cuando la economía funciona muy mal, es radicalismo en sus discursos populares y en algunas medidas fuera de tiempo encaminadas  a enderezar los malos rumbos. Pero subestima la política diciendo que la pone por debajo de las personas. Un discurso que volvemos a escuchar en estos meses, por la incapacidad y malos modos de los políticos sátrapas actuales de la España en crisis.

Políticamente el peronismo es un movimiento social muy horizontal, donde el líder sabe hablar a sus ciudadanos desde la base, en la calle o en la televisión ahora, en enormes aglomeraciones de toda su sociedad. Sabe explicar y lo hace, buscando el asiento y la afirmación. Vuelve al populismo básico. Tiene audiencia y sabe emplearla muy bien de una forma pedagógica alterada por sus objetivos de venta.

Su decálogo es más bien una lista de Veinte Verdades Peronistas —y no diez— que son el alma de su ideología. Se basa en palabras simples y fáciles de entender para todos: Pueblo y personas, popular, círculos políticos, movimientos sociales, trabajo, Patria, Justicia y Ayuda Social, hijos y niños, humanismo, Pueblo libre. Una lista de 20 objetivos que con pequeños toques para actualizar discurso, hoy se vuelve abrazar en numerosos países con crisis graves en sus economías, afectando a los más débiles.

Todo esta discurso popular —pero eficaz a la vez— tiene también sus puntos negros, graves y complicados de asimilar hoy en día. No voy a nombrarlos pues esos si que no son exportables por lógica histórica. Cada país y cada momento real suele crear los suyos propios según las circunstancias.

Lo cierto es que el populismo vuelve por errores de muchos e imposibilidad de cambiar hacia movimientos políticos con otro nombre. Pero el populismo puede ser peligroso pues las distancias que le separan de movimientos antidemocráticos son escasos. Y no ser democrático en sus funcionamientos de recambio en el poder lo convierte en dictatorial y por ello en imposible de ser apartado de la gestión cada cuatro años. Siempre hay trucos.

Los populismos, sean peronismo, Falange u otros, beben de una cierta autoridad excesiva, que presuntamente favorecen a los más débiles por lo que son apoyados casi masivamente por el pueblo. El componente paternal de los conservadores políticos tradicionales pero democráticos pasa a manos de opciones políticas más socialistas pero añadiendo algunos adjetivos que los separan claramente del socialismo clásico. El reparto social es más eficaz, pero también el control sobre la sociedad y en ese control sobre la economía —sin tener en cuenta las realidades de los mercados liberales— esté el principal error pues ante cualquier fallo del sistema económico las debacles son enormes.

El populismo atrae por ello, uniendo su vertiente paternalista con su vertiente social, tanto a gentes de izquierdas como de derechas. Nos puede resultar curioso esto, pero es real. En la medida en que hay muchas personas que siendo trabajadores lo son ideológicamente de derechas, cuando se le añade a una ideología el paternalismo de Papa Estado con la potencia del castigo y los premios, es fácil acoger en su seno a estas personas conservadoras, junto a muchas otras que son socialistas en el reparto de las posibilidades y en el apoyo a la Justicia Social.