En política como en el arte, el populismo
crea y rompe moldes, configura estilos y se mal interpreta para asumir diversas
tendencias muy diferentes, todos ellas con un denominador común dentro de lo
que se considera populismo. “¡Abajo
las élites!”.
Escuchando algunas de las últimas
declaraciones de los nuevos políticos rompedores que surgen en España, de esos
que diciéndolo o no —depende de lo que creen más eficaz— se hacen llamar o sentir
“populistas”, uno ha hecho recuento y se ha dado de frente con un populismo
complejo, viejo y nuevo, casi peligroso, y del que no estamos hablando casi nada
por su mala prensa. No es lo mismo (aunque casi) el chavismo del peronismo, aunque los tiempos tampoco lo son ni las particularides de cada país.
¿Pero qué es el peronismo?
El peronismo abrazaba a los descamisados,
a los de abajo, a los pobres sin derechos, a los trabajadores, al mundo sindical
hecho a su medida. Se trataba de dignificar a los de abajo, a los trabajadores
tan mal tratados desde la política de sus dictaduras. Pero curiosamente desde
otra dictadura. Militar por supuesto. Perón formaba parte muy secundario de una
dictadura militar hasta que los sindicatos de aquella izquierda le llamaron para
dirigir las políticas laborales. No voy a contar toda la historia, sí decir que
en un clima de crisis económica grave, sin un partido político asentado y con
solo unos pocos meses de funcionamiento Perón se presentó a unas elecciones democráticas
en Argentina y las ganó por mayoría absoluta.
En sus discursos decía que no era ni de
derechas ni de izquierdas, que era un dirigente del pueblo y para el pueblo.
Pero lo cierto es que en esa disyuntiva de no ser de izquierdas ni de derechas
—algo que parece volver hacia España— se creaba ante la historia entre el
primer y el segundo tercio del siglo XX una tercera vía que históricamente la
han empleado auténticos dictadores como Hitler u organizaciones con triste
recuerdo en España como la Falange. Al final ese “no ser” conduce a que
solo funcione un Partido Único.
El peronismo antiguo supo modificar leyes
y convertir las relaciones laborales en mucho más positivas y dignas, supo
intervenir en la economía pública con diversos resultados según épocas, pero
tropezando sistemáticamente en los logros económicos perdurables para una nación
rica que no ha sabido organizar su economía y repartirla con esa justicia que
dice pregonar. Pero simplemente por torpeza a la que se añaden algunas zancadillas
externas y una mala planificación económica en sus vertientes industriales y
macroeconómicas.
El peronismo no es comunismo, aunque
algunos apuntes se le parezcan como las nacionalizaciones, a veces parece
anarquismo en sus relaciones laborales, es socialismo en los repartos sociales,
intenta ser liberalismo cuando la economía funciona muy mal, es radicalismo en
sus discursos populares y en algunas medidas fuera de tiempo encaminadas a enderezar los malos rumbos. Pero subestima
la política diciendo que la pone por debajo de las personas. Un discurso que
volvemos a escuchar en estos meses, por la incapacidad y malos modos de los
políticos sátrapas actuales de la España en crisis.
Políticamente el peronismo es un
movimiento social muy horizontal, donde el líder sabe hablar a sus ciudadanos
desde la base, en la calle o en la televisión ahora, en enormes aglomeraciones
de toda su sociedad. Sabe explicar y lo hace, buscando el asiento y la
afirmación. Vuelve al populismo básico. Tiene audiencia y sabe emplearla muy
bien de una forma pedagógica alterada por sus objetivos de venta.
Su decálogo es más bien una lista de “Veinte Verdades Peronistas” —y no
diez— que son el alma de su ideología. Se basa en palabras simples y fáciles de
entender para todos: Pueblo y personas, popular, círculos políticos, movimientos
sociales, trabajo, Patria, Justicia y Ayuda Social, hijos y niños, humanismo,
Pueblo libre. Una lista de 20 objetivos que con pequeños toques para actualizar
discurso, hoy se vuelve abrazar en numerosos países con crisis graves en sus
economías, afectando a los más débiles.
Todo esta discurso popular —pero eficaz a
la vez— tiene también sus puntos negros, graves y complicados de asimilar hoy
en día. No voy a nombrarlos pues esos si que no son exportables por lógica
histórica. Cada país y cada momento real suele crear los suyos propios según
las circunstancias.
Lo cierto es que el populismo vuelve por
errores de muchos e imposibilidad de cambiar hacia movimientos políticos con
otro nombre. Pero el populismo puede ser peligroso pues las distancias que le
separan de movimientos antidemocráticos son escasos. Y no ser democrático en
sus funcionamientos de recambio en el poder lo convierte en dictatorial y por
ello en imposible de ser apartado de la gestión cada cuatro años. Siempre hay
trucos.
Los populismos, sean peronismo, Falange u
otros, beben de una cierta autoridad excesiva, que presuntamente favorecen a
los más débiles por lo que son apoyados casi masivamente por el pueblo. El
componente “paternal” de los conservadores políticos tradicionales pero democráticos pasa
a manos de opciones políticas más socialistas pero añadiendo algunos adjetivos
que los separan claramente del socialismo clásico. El reparto social es más
eficaz, pero también el control sobre la sociedad y en ese control sobre la
economía —sin tener en cuenta las realidades de los mercados liberales— esté el
principal error pues ante cualquier fallo del sistema económico las debacles
son enormes.
El populismo atrae por ello, uniendo su
vertiente paternalista con su vertiente social, tanto a gentes de izquierdas
como de derechas. Nos puede resultar curioso esto, pero es real. En la medida
en que hay muchas personas que siendo trabajadores lo son ideológicamente de
derechas, cuando se le añade a una ideología el paternalismo de Papa Estado con
la potencia del castigo y los premios, es fácil acoger en su seno a estas
personas conservadoras, junto a muchas otras que son socialistas en el reparto
de las posibilidades y en el apoyo a la Justicia Social.