El terror es desgraciadamente solo eso,
terror. Mueve voluntades, pues el miedo es uno de los principios básicos que
más se apodera de las personas, de los animales más básicos. El terror
inmoviliza sobre todo a los que NO lo padecen. Y por eso los terroristas tienen
tan sencillo obtener réditos de sus acciones y sea tan complejo defenderse del
terror.
Crear terror es muy sencillo, y lo saben
los que lo hacen y también los que intentan defender las sociedades del terror.
Ayer el terrorismo atacó a las puertas de Europa, pero antes ya lo había hecho
en el corazón de grandes naciones europeas, España, Francia o Reino Unido.
La única manera de defenderse del terror,
por brutal que parezca esta aseveración, es acostumbrase a él. Pero nunca nos
debemos acostumbrar a ese drama, pues sería perder la batalla. Aunque la pregunta
que viene es ¿Y cómo nos defendemos?
El engranaje entre libertad y seguridad
es complicado; a veces —y sobre todo en momentos de crisis— subir en uno supone
perder en el otro. Esto es muy complicado de admitir pero en tiempos de crisis
hay que ajustar las sensaciones y sobre todo los sistemas de defensa de lo
conseguido hasta entonces. ¿Cómo? Pues sin dar ideas ni pistas, creyendo en los
que gestionan. Cuando falta la credibilidad política y social, todo se vuelve
mucho más complicado.
El terror atenaza a los que simplemente
piensan que lo pueden sufrir. Al que realmente lo sufre lo vuelve activo contra
el mismo. Por eso la mesura en el terror es una herramienta eficaz para los terroristas.
Si cometen mucho “terror” se pierde parte de su eficacia. Y por eso mismo los medios de comunicación
tienen mucho espacio para equivocarse y para dosificar entre información y
hacerles el juego que pretenden los terroristas. El terror sin información no
logra sus objetivos. Pero no podemos mantener la libertad sin información.