El pergamino que se utilizaba en las escuelas, enseñaba la vida de la mujer buena o las consecuencias de lo que entonces se consideraba una la buena educación para las mujeres.
Quedan pues excluidas las mujeres malas, las regulares y las libres. Que casi no había. Prohibido que nos de asco todo esto, pues hay que aguantar hasta el final. ¡Ánimo!
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Bautizan a la niña, que será mujer católica.
Se le enseña a andar. Menos mal ¿no?
Va y vuelve de la maestra. Prohibido tener maestros.
Juega con muñecas no se vaya a “desviar”.
Va a misa y comulga. Se pone delante y los hombres detrás. Para sentirse la mujer más cerca de Dios.
Limpia la casa y plancha aunque sea una niña.
Aprende a escribir. Pero solo a escribir y poco. Solo lo justo.
Sale a pasear, para que no digan que está esclavizada. Salir a la calle está bien.
Da limosna y toca el piano mientras canta. Eso si, con faldas hasta el suelo. Nada de provocar.
Cuida a su madre, que es débil y enferma. Es que es mujer, los hombres no deben cuidar a sus padres.
Le piden para casar. Y se casa, claro, haber quien tiene bemoles de negarse.
Tiene fruto de bendición. Nada de sexo, solo de bendición. Como los árboles.
La “bendición” es el consuelo de la madre, que ya no es mujer, sino madre.
Es el apoyo de la vejez de la madre abuela y asiste en su enfermedad. Los hombres no, esos a la tasca.
Llora su muerte, faltaría más, y en soledad. Acude al entierro y ruega a Dios por su alma. Y se pone de negro a partir de ese momento, para no provocar con el gris.