Viendo estos días la noticia sobre el Toro Júbilo de
Medinaceli, irremediablemente me vienen
a la mente las imágenes del Toro de la Vega de Tordesillas y, ante tanta
barbarie, no cabe más respuesta interior que la impotencia y la repulsa al
contemplar como unos cuantos, generalmente hombres, machos embrutecidos, luchan
en desigual estatus contra otro animal, atado, al que torturan quemándole los
ojos y la cabeza, acribillándole con lanzas o apaleándole como desahogo a su
frustración personal.
Alguien entre esos hombres dice: "Si no sufriera el
toro, no habría fiesta. El toro tiene que sufrir, para eso está", justificándose
con tales afirmaciones, lo que seguidamente le da argumentos para agredir,
insultar y apedrear a los que se oponen a dicha tortura, invariablemente, con
expresiones machistas, homófobas y razonamientos propios de la sinrazón.
"Siempre ha sido así", manifiestan, ahogando su
irracionalidad en su pobre argumento. Existiendo una Declaración Universal de
los Derechos de los Animales aprobada por la ONU y la UNESCO y cuando se están
dictando normas para castigar y reeducar a quien maltrata a cualquier animal y
hay ciudades que se declaran libres de espectáculos que degraden a los mismos, aquí
seguimos consintiendo y amparando desde algunas instituciones la tortura a los toros
para deleite de unos pocos.
Disfrutar con el daño infligido a un animal indefenso no es
de pueblos avanzados, por mucha tradición que arrastre y, por supuesto, no es
cultura.
Antonio Angulo Borque - Zaragoza