Siempre tenemos como una losa muy
compleja los “días de después” como
el punto de inflexión importante ante los problemas. Tras el 9N tendremos “los días de después”, pero
también tras las nuevas Elecciones Municipales de mayo 2015 o tras las
Generales de no se sabe bien qué fecha. No sabemos gestionar el camino y esperamos saber gestionar la meta.
La sociedad espera soluciones, es decir
cambios, reformas profundas, incluso la explosión de algunos elementos que hasta
ahora solo han servido para lastrar nuestro funcionamiento. Las reformas ya no pueden
ser de forma, sino de riesgo. Algunas de ellas de alto riesgo incluso. Pero de
alto riesgo es tener hambre, no tener trabajo, tener a una generación de jóvenes
sin futuro social.
Los “días
de después” siempre se
construyen sobre los “días
de antes” y en los
últimos años damos la sensación de que solo nos importa nuestra capacidad para
resolver los problemas cuando ya son inevitables, cuando ya están sobre
nuestras cabezas. Es decir, cuando ya es tarde. Cuando un problema es serio,
esperamos a que crezca lo suficiente como para ser inevitable tener que tomar
decisiones sobre la marcha. Se tomen la que se tomen, siempre decimos que eran
inevitables y urgentes. Es la prioridad lo que nos marca la agenda, en vez del
estudio sosegado.
Pero por otra parte, es cierto que gran
parte de estas medidas nunca se tomarían si no tuviéramos el problema apretando
nuestro cuellos. Somos como sociedad incapaces de tomar las medidas inevitables
desde el sosiego y el consenso y preferimos que se coinviertan en problemas
importantes para así tener manos libres en la toma de soluciones. Una trampa
maquiavélica, si la jugamos planificada desde el principio.