Veamos algunos puntos que todos los partidos políticos deberían tener
en cuenta —según mi particular manera de entender la comunicación en política,
que es un poco rara, todo hay que decirlo— a la hora de encarar una campaña electoral de esta década.
Las campañas electorales en política tienen cada día menos sentido y suponen un
gasto inmenso. Los votantes decididos nunca cambian su sentido de voto tras
ninguna campaña realizada en las dos últimas décadas. Aunque esto podría
cambiar en las próximas, donde se presentan alternativas nuevas, poco
conocidas.
Muchos votantes suelen traer de casa su papeleta metida en un sobre. Pero el
coste de este envío masivo de propaganda electoral a los hogares es tremendo. Hay
que regular esta forma de acceso al sobre y papeleta, pues solo unos pocos
partidos pueden y se atreven a realizarla. Aunque es una forma de financiación política
para los grandes partidos que logran muchos votos.
En las campañas electorales, más que ganar se pierden votantes. Más que hacerlo
bien, hay que intentar no hacerlo mal. Y desear que el contrincante se
equivoque de manera importante. El votante no está esperando que el político
simpático le diga lo maravilloso que es votarle, ya viene sabido de casa.
Excepto el indeciso por naturaleza, que normalmente NO acude a votar nunca. Una
buena campaña electoral es la que se hace durante los cuatro años, trabajando y
demostrándolo bien. Tan importante es hacer como saber trasmitir qué se ha hecho.
La política para la inmensa mayoría de persona es una actividad que le viene al
pairo (quieto, pero atento), cuando no es algo que aborrece. Por eso no escucha
los mensajes, pues no le importan más que lo justo. Otra cosa es que los medios
de comunicación insistan sobre algo, ofrezcan constantemente una idea, una
persona, unas siglas. Inevitablemente entonces se presta atención para saber
qué está sucediendo. Toda la sociedad quiere estar informada de lo “nuevo”.
La opción política que va ganando antes de una campaña, desearía que nunca se
celebrara. Por el contrario quien va perdiendo desearía que durara seis meses.
Los que nunca van a ganar desean no perder posiciones, mientras que los nuevos
desean hacer ruido, mucho ruido, para ser conocidos.
Pero durante las campañas, que a veces duran un año, se producen movimientos.
Unos crecen y otros pierden posición. Por eso existe el juego de estar atentos
y cambiar los ritmos, los temas a tratar, las durezas, los planteamientos y
asuntos a discutir. Según como funcionan los tempos algunos activos se
convierten en debilidades y asuntos nimios en armas arrojadizas. Es un ajedrez
de ideas.
Todos los partidos disponen de un suelo y un techo. Nadie sabe cual es su
suelo, aunque todos dicen conocerlo. A veces el suelo se mueve no porque sus
votantes cambien de partido sino porque se quedan en casa antes de ir a votar.
El techo depende de “los otros” así como su crecimiento o caída, y también depende
de la abstención final. En los últimos tiempos se juega con la abstención como
una herramienta más de las que se deben (joroba con el uso de la misma) emplear
en la campaña. A veces interesa que sea mucha abstención y otras que sea menor.
Juegan con el votante, aunque el último que decide es él mismo.
Hay que acertar en la campaña electoral con los pocos temas que hay que sacar
de la chistera de las ideas. Van a ser muy pocos los temas que de cada partido
queden como programáticos identitarios dentro de una campaña. Hay que elegirlos
bien y no cambiarlos en plena carrera, excepto que detectes un grave error en
ellos o un cambio importante entre los adversarios. Por eso es fundamental que
estas “ideas fuerza” sean fáciles de recordar, afecten a todo el mundo, sean
posibles y nunca parezcan engaños electorales, se repitan mil veces mil, se
puedan visibilizar de todos los modos posibles con textos, imágenes y palabras.
Tan importante es lograr nuevos votantes como conseguir que otros votantes
decidan NO VOTAR a los contrincantes, ofreciéndoles dudas razonables. Nunca
engañándolos. NUNCA. Pero si ofreciendo alternativas a su forma de entender la
sociedad que les haga dudar de su elección. Convertir en indeciso a un votante
del contrincante es lograr medio voto.
Los políticos deben ser personas. Trasmitir como personas parecidas al que
escucha. Ser amables pero enérgicos, inteligentes pero no muy “listos”,
agradables pero no maniquís de cartón. Hay que ser diferente a los demás, y
curiosamente llamarse de otra forma. Tendrá más éxito un candidato llamado
Marta Ajovín que uno que se llama María García, simplemente por recuerdo mental
en el principio de su lanzamiento. No es un producto, pero lo parece.
Si el político es conservador debe ser enérgico como un padre o un jefe de
éxito. Si el político es progresista debe ser como un maestro que sabe explicar
todo y tomar decisiones para todos los alumnos sabiendo que son muy diferentes.
El conservador debe ser el padre. El progresista el amigo.
Las formas de hablar ayudan mucho. Pero también las formas de vestir, la
altura, el tipo de sonrisa, el cambio de ritmo, los gestos con las manos, el
tipo de personas con las que se reúne, su equipo, su equipaje. Ayudan o
estropean.
Mejor parecer un profesor de 60 tacos aunque tengamos 30 años de edad, que
intentar mostrar una juventud que no se tiene cuando las canas se pintan de
negro. Somos lo que somos, no engañemos nunca, y somos lo que quieren nuestros
espectadores que seamos. Adivinemos antes qué ven en el político para potenciar
o pulir los aspectos que interesan remarcar. Tampoco es laboratorio de imagen,
es utilizar los mismos mecanismos que emplean todos.
Prohibido cabrearse, ponerse nervioso, no responder, perder la alegría, dejar
de ofrecer soluciones, aparecer prepotente, ser un descuidado, poner malas
caras. Es mucho mejor decir: —Me he equivocado— que responder con un
improperio.
En las campañas electorales hay que planificar todo lo que se hará cada día,
incluidos los tiempos de descanso, de estar con la familia, de recargar pilas,
de procesos inesperados. Hay que estar preparado para todo tipo de preguntas y
para ello nada como elegir un buen equipo que cada día someta al líder durante
20 minutos a un turno de preguntas duras como si fueran los peores
contrincantes posibles. La mejor manera de estar preparado es estar preparado
porque antes ya te has visto sometido a la presión.
Nada hay que improvisarse. Ni la improvisación. Los chistes se cuentan antes a
ese grupo de trabajo duro para que te insulten y NO se rían contigo. Las
emociones que esperas levantar deben haber levantado antes emociones entre tu
equipo. Los gestos de las manos deben haber sido revisados antes por este
equipo.
Estamos en un mundo de imágenes, las personas tienes muy pocos segundos para
recordar una frase. Debe ser corta y contundente. Muy corta. Un titular de una
sola línea. Nunca entregues a unos periodistas una información con varios
titulares pues siempre elegirán el que ellos quieran. Es mejor una sola idea
repetida mil veces. Una sola idea que se pueda trasmitir con imágenes, recordar
como una imagen. No es lo mismo hablar de los capitalistas y los banqueros que
hablar de la “casta” o “los de arriba”. Un Jefe de Producción no es capitalista
pero puede ser “casta”.
Tu primer objetivo, siempre, es tu propio votante de ocasiones anteriores. Hay
que cuidar a tu votante que es quien alimenta tus propias ideas, quien te marca
el camino sin hablarte, al hacerte crecer o menguar. Tras el primer objetivo
viene el segundo, el tercero y el cuarto.
Un político actual debe saber emplear las redes sociales. Nunca para discutir
sino para explicar. Nunca para entrar en polémicas sino para trasmitir ideas.
Nunca para vender su partido político sino para darse a conocer. Incluso queda muy
feo que un líder político solicite el voto a quien le lee.
Un político debe trasmitir, comunicar, hacer pedagogía de sus planteamientos,
pero nunca solicitar la venta, el voto. Al revés, ayudar a entender que cada
persona es dueña de su decisión y que con ella se hará funcionar una sociedad
de una forma o de otra. El político solo está para ponerse a trabajar por los demás,
si ellos quieren. Y si no, a otra cosa.