En política internacional nos jugamos siempre los futuros
que salen luego en los libros de texto. Por eso no se entiende esa sinrazón dar
pábulo excesivo cuando no de alentar la escalada de violencia en Ucrania entre
una Europa miope, unos EEUU acomplejados, una OTAN llena de militares con ganas
de trabajar y una Rusia cabreada por haber perdido su poder estratégico. En
medio está Ucrania gestionada con mezclas de fósforo y cerillas, que se pelea
por elegir entre la OTAN y el Pacto de Varsovia, ahora que ya no tenemos ni una
Guerra Fría que llevarnos a los despachos aunque parezca que algunos la añoren.
Ayer Rusia advirtió que ellos son muy chulos y que tienen
armas nucleares, mientras que desde la OTAN se animó a Ucrania a que solicitaran
con urgencia su entrada en la Alianza para así poderlos defender con sus leyes
entre los dientes. Como se puede comprender, esto aviva no ya brasas ni
rescoldos, sino hogueras a las que les añadimos más gas; militar, por supuesto.
Si ya van según comentan más de 2.600 muertos en Ucrania
desde el inicio de los conflictos armados, uno no quiere ni pensar en qué
acabaría esto si la escalada sigue su ritmo comenzado sin mesura. Sin duda lo
que quiere Rusia es apoderarse de Ucrania, no tanto de su espacio geográfico
como de sus intenciones y deseos de futuro. Pero mientras tanto en la propia
Ucrania crece el regusto nazi a una extrema derecha que se afianza como la
valedora de las soluciones. Bélicas, también por supuesto.
Desde Kiev se intenta decir a Europa que ellos son la
frontera, y eso mismo es lo que está diciendo a Europa un Putin cabreado, pero
añadiendo que nunca permitirá que Ucrania sea Europa, sino si acaso, tierra de
nadie.