Ayer mil personas entraron en Europa a través de Andalucía
escapando del hambre y de las enfermedades, de los déspotas de sus gobiernos y
del nulo humanismo en sus países. Son personas que no tiene nada, no tienen ni
futuro ni posibilidades de ser considerados como seres humanos. Su diferencia
vital con los europeos son tremendas: en manos de mafias, de gobernantes
dictadores, de economías nulas, de hambruna constante, de sed de agua.
Podemos poner más Guardia Civil, o construir una valla que
tenga mil metros de altura. Pero si siguen los problemas básicos de estas
personas, seguirán luchando hasta la muerte por sobrevivir. No tienen nada que
perder, excepto la mala vida que ya conocen. A cambio tienen mucho que ganar y
lo intentan por lógico defensa vital.Y debemos recordar sobre todo que son personas, seres humanos como yo y que tienen todo el derecho a tener una vida digna, pues el mundo nos correspondo por igual a todos.
Si no somos capaces de entenderlos —ya no pido comprender
que sería una segunda y lógico fase— es muestra de que no queremos saber cómo
viven y preferimos mirar a otro lado. Pero no entenderlos es tanto como no
querer deducir cual es el problema global de nuestra sociedad en el corto y medio
plazo. El mundo, lleno de guerras religiosas o sociales, siempre termina en
muertos civiles, en personas que sufren. Y los culpables lo son mucho antes de
que se dispare el primer disparo.
No vienen a un paraíso como el nuestro, aunque vengan al
mismo territorio. Pero si lo comparan con lo que dejan es un paraíso mayúsculo.