Muchas veces el contenido es peor que el continente en los
edificios públicos modernos de la cultura o la educación, y parte de los
políticos hemos caído en la trampa del “edificio bonito” obviando que lo único
que debe importar es el saber, la alimentación de lo que se contiene dentro de
lo que es muy caro, puede que bonito pero que casi siempre se pasa de moda en
pocos años, cuando no se edifican sin contemplar la durabilidad del carísimo
edificio. Se nos ha olvidado que el simple papel de envolver es lo primero que
rompemos al abrir un paquete y que una vez dentro ya no vemos nunca el
envoltorio.
No voy a nombrar el papel de envolver la fotografía que dejo
aquí, pues no quiero criticar directamente a una ciudad en concreto. Aunque
podría y con sobrada gana. Pero lo triste es que los contenidos de muchos
edificios públicos destinados a museos, colegios, institutos, fundaciones, etc.
son mucho peores que los continentes realizados por grandes estrellas del ladrillo
caro, ejemplo que usan los políticos para dejar sus emblemas de mando, en
formas de edificios diferentes.
Lo curioso es que una vez inaugurados, todos los señores de
la cara amable cuando cortan la cinta, tienden a olvidarse de las
programaciones necesarias que dan sentido al edificio. Ponen a lo sumo a un
director de renombre al mando, que a veces tiene varias ocupaciones y no hace
ninguna con dedicación plena y contemplan desde las orillas de los ríos como
brillan sus cristales inaugurados. Se creen que con eso ya han cumplido.