Ayer unas 700.000 espectadores vimos en televisión la
película “Los descendientes” de George Clooney en el canal Divinity. Dicen que
un buen dato de audiencia, para una película muy bien realizada y que tocaba la
fibra humana de las relaciones familiares. Pero fuimos un millón menos que los que
vieron llorar otra vez a la Benenito en Telecinco que es una versión asquerosa
de cómo lograr el volver loca a una persona, por entregas, en directo y delante
de muchos españoles.
La televisión es un puro teatro, pero a veces se olvida de
las reglas más básicas del teatro de la vida. Todo por el negocio de la
audiencia. A ciertas horas podemos ver en directo como se intenta volver loca
de odio y envidia a una persona, mientras le ponen música de fondo para dar
morbo y tensión, en cambio no podemos decir culo o caca, chocho o pichina.
Podemos sacar niños muertos y llenos de sangre por un bombardeo pero no podemos
enseñarlas la cara. Claro que mucho ojo, pues si pedimos algo, nos lo pueden
conceder y entonces prohibirán enseñarnos las guerras para silenciarlas.
En la película “Los descendientes” veíamos que nadie es
perfecto, que todos caemos en las trampas de los odios, de las venganzas, de
las decisiones equivocadas, de las grandes dudas vitales. De las inexplicables
decisiones que afectan a muchos. Pero es la vida. Aceptarlo es lo mejor, pues
muchas veces no hay vuelta atrás, no podemos repetir ni obtener respuestas de
muchas cosas que nos suceden.