27.4.14

La historia apagada de Mariano y su hígado

Para escribir necesitamos recibir impulsos, golpes en la cabeza que nos motiven, que nos muevan un poco al menos las entrañas. Hemos tomado unas jarras de cerveza en el bar de Mariano, en un pueblo casi vacío de Huesca. Con unos cacahuetes inmensos, enormes y en su punto de sal. Mariano está jodido del hígado pero eso solo parece importarle a su novia setentona y a los que venimos de fuera. A los vecinos del pueblo, a los dos o tres que acuden por las tardes caídas al bar hasta agotar cada día, les importa tres pitos que Mariano se tenga que ingresar cada dos meses en el hospital; ellos quieren seguir tomando vinos como siempre y con él que es quien anima.

-Uno lo pago yo y el otro tú. 

Y a María esto le lleva a los demonios pues es ella la que tiene que hacer las noches, igual da en su casa como en el hospital. Es la que pone caras mientras intenta que la respeten los vecinos del pueblo pues ella siempre será forastera aunque viva con Mariano desde hace media docena de veranos. Nadie sabe el motivo de que con casi setenta años aguante al hombre de las barbas desaliñadas, al del hígado roto, pero le soporta a él y a sus vecinos amigotes aunque la edad parezca que ya no se aguantan ninguno incluso ni de pie.

-Mientras yo pueda subir las escaleras de casa voy bien -nos decía Mariano esta tarde- pero soy un artista subiendo a gatas. Nos decía riéndose con cara de pillo malandrín. 

María se ha ido del bar a su habitación superior por no cagarse en alguien.