Nunca hemos hecho un trabajo, si no lo hemos logrado vender a un cliente.
Aquello que hacemos pero no se logra vender no vale para nada. O casi. Todo necesita un fin y la creación o la producción necesita a los clientes más que a la propia energía para crear o producir.
Todo lo que yo digo aquí no valdría para nada si no tuviera lectores que lo leyeran. Esos son mil clientes, vosotros sois el precio de mi trabajo. Da igual que se pague el trabajo final o no se pague, lo importante es tener clientes. Aunque he de decir que si hay clientes, siempre se cobra, sea en dinero o en satisfacción.
Pero un cliente no siempre tiene la razón, aunque siempre hay que procurar que la tenga.
Si un cliente te pide mierda debes darle mierda, pero solo si es que fabricas mierda. Si lo que te pide está en contra de tu filosofía del negocio, de la creación, de tu forma de entender la relación entre clientes y proveedores, no debes darle lo que te pide.
Intenta entrar en el Hotel Palace de Madrid. Pide una hamburguesa. Te la darán. Sin duda. Pero no les pidas que te la sirvan en plato de papel y con cerveza en vaso de plástico. No les pidas que te cobran 6 euros ni que te pongan servilletas de papel. Ellos te servirán lo que les pides: una hamburguesa. Pero todo lo que rodea al modo de servir, a la calidad, al precio justo según el servicio, lo ponen ellos.
El cliente tiene razón siempre, excepto cuando la pierda.