Hay personas que hablan en exceso, que no paran, que no necesitan escuchar. No son unas personas aburridas… pero el exceso las mata.
Deberían aprender a respirar, a dosificar sus mensajes, que aunque a veces interesantes, agobian y atontan sin poder ser absorbidos por los interlocutores que asistimos abandonados ante el intento de meter baza.
A lo sumo, los que escuchamos a estas personas podemos solicitar ampliación sobre algún asunto y aquí regalamos los oídos al insistente.
De esta forma lograremos pararle algo, consiguiendo que agote sus posibilidades de expresión, pues se le acaban las razones.
Su rapidez al hablar y su capacidad para cambiar de asunto a la misma velocidad, puede atontar. Si encima es una persona aburrida en sus temas, lo mejor es huir corriendo.