Hoy hemos cenado con amigos en el bar del barrio, esa tendencia que se va perdiendo de tener un bar de cabecera como quien tiene un médico o un zapatero remendón. Un bar de cabecera es ese lugar al que te llama la esposa cuando la hora de cenar se pasó de largo y sabe que estás de cháchara con la caña y los amigos. Un bar de confianza es donde vas a cenar platos mejor o peor preparados, pero siempre recién hechos y a tu gusto.
Hoy teníamos ensalada y tortilla de patata sin cebolla pues para eso a una amiga no le gusta ver la cebolla ni en pintura. Y cabezas de cordero asadas y con patatas que es un plato raro pero de lujo pobre. Y unos chipirones a la plancha que no los mejora ni Arzak o unos guardia civiles picantes con un vinagre justo.
Entre caña y vino a granel, entre clientes que te dicen que aproveche y otros que miran y huelen gratis hemos pasado la tarde noche hablando de fríos o de cuando éramos jóvenes. Hace tanto de eso que ya hasta se nos va olvidando si quien se fue a la legión fue el hermano mayor o el taxista, aunque da igual inventarse el final y el intermedio. El caso es recordarlo para que no se olvide más.