Pocos dudan de que estamos dentro de una tormenta política
necesaria que debe terminar con cambios profundos en España. O no. Depende de
la sociedad que está en estos momentos entre preocupada y desafectada, entre
dolida y cabreada, entre miedosa y olvidada.
Los políticos de carrera saben que al final tendrán que ser
los ciudadanos que no hablan los que decidan, es decir, les importa tres pitos
las mareas, los grupos de presión o las nuevas formas de señalar con el dedo en
el ojo, que estemos quemando las últimas banderas de la democracia vieja. Creen
controlar el tinglado a costa de los silenciosos.
Los viejos políticos que llevan casi 40 años dentro del
sistema saben que estamos ante un cambio y por eso intentan sin que se note
mucho desconectarlo, dominarlo si acaso, entenderlo si son capaces y
controlarlo si se dejan. Son buenas gentes que creyeron (creímos) ferozmente en
la democracia hace años, pero pensando que una vez conseguida ella sola se
bastaría para seguir viva siempre. Pero hoy estamos entre dormidos y dominados.
O creemos en la utopía, que no sé qué es peor.
Se han juntado varios factores que hacen inevitable un
cocido nuevo, una receta distinta para satisfacer el futuro hambre que ya
amenaza. Hambre de justicia, de cultura, de sociedad, de trabajo, de futuro, de
juventud funcionando con independencia económica, de una democracia más real y
menos funcionarial. Hambre incluso de comida.
Cuando entré dentro de la política me encontré con un vacío
tremendo de sociedad que labora privadamente. Era tremendo e investigué en
partidos distintos buscando si era igual en todos. Sí.
Los funcionarios son trabajadores, muchos de ellos muy
entregados en su labor. Pero no deben ocupar (y no es su culpa, es de los que
no participan) la inmensísima tropa del personal político inscrito en los
partidos. Son gentes muy preparadas, inteligentes y trabajadoras, pero nunca
han laborado bajo la presión de un despido, de un convenio colectivo, de un
aumento de sueldo, de unos clientes que se pueden perder, de una inversión que
te puede llevar al embargo, de tener que despedir o crecer, de innovar para
seguir vivo, de un horario flexible en brutalidad, de unas condiciones
laborables muy cambiantes. Su forma de entender y decidir es diferente,
complementaria sí, pero se necesita urgentemente voz de los trabajadores y
empresarios por cuenta ajena.
El factor de la territorialidad, del entendimiento de España
como algo válido por más décadas, es imprescindible cuando sentimos que es
delicado mantener incluso una sociedad válida o capaz de ser algo en
comparación a sus vecinos europeos. Ahora no toca, decía Puyol hace años. Ahora
no toca, es lo que toca decir.
La izquierda está tonta. Y digo tonta por ser leve. Mientras
la derecha está organizada en decenas de grupos de presión escondidos, la
izquierda se va disolviendo buscando precisamente la unidad y no
consiguiéndola. Cuando más busca sinergias con otras izquierdas vecinas, más se
da cuenta de que los odios le atenazan y no le dejan avanzar. El enemigo mental
de la izquierda es otra izquierda. Jope con el desaguisado.
La derecha tiene un objetivo: Los (sus) beneficios.
La izquierda debería tener otro objetivo sencillo: Los
objetivos de todos.
Pero mientras la derecha sabe mantener su objetivo aunque
sea desde decenas de organizaciones distintas, la izquierda terminar por
abrazar los objetivos de la derecha con el discurso de que busca los objetivos
de todos. Primero yo y luego tú. Primero “mis” y luego “sus”. La izquierda
busca mantener sus espacios sin compartir nunca con otros, que precisamente son
“otras” izquierdas. Mientras tanto la sociedad está dejando de creer en
nosotros al pensar que se busca solo mantener el nivel, el sillón, es espacio.
Y hoy “el espacio” se ha movido de sitio caminando hacia la calle y el
desempleo, la penuria y la injusticia.
No queda tiempo, o queda todo el tiempo. No hay muchas
posibilidades de equivocación, la izquierda tiene pocos intentos para no
agrisarse todavía más y sufrirlo durante más de otra década. Si en el 2015 no
es capaz de ganar con claridad en España, se disolverá hasta yo no verla ya.
¿Podencos, Rubalcabas, Susanas o Cayo?
Mientras estamos disolviendo una juventud sin futuro a costa
de mandarla de camareros a Europa, aplaudimos diciendo que es lo lógico cuando
aquí no hay futuro laboral. España debe ser otra cosa que fábrica de servicio
doméstico o de calle en una Europa que busca precisamente eso, esclavos bien
preparados y con miedo. Si realmente queremos a España y nos la creemos. Si se
nos llena la boca de hablar de España, debemos trabajar por España en vez de
ponernos pulseritas o himnos en el móvil. Y esto sirve si cambiamos la palabra
España por Aragón, Cataluña o Melilla. Menos bobadas inducidas por los que
controlan y más ponerse a trabajar de verdad, cada uno de lo que sepa o se
atreva. Que trabajar no siempre es algo que se hace para cobrar un sueldo.