El exceso de naturalidad no es bueno. Es como ir a una entrevista de trabajo y decir: “¡Qué, cabrón!; ¿me vas a coger a trabajar o qué?”.
No cuela, no lo recomiendan, no funciona bien. Dicen quien entiende, vamos. Hay que mentir, disimular. Le estás viendo la cara al jefe que te entrevista y te está acojonando, piensas que mandando en serio en la fabrica debe ser efectivamente un cabrón, pero pones cara de gustarte. Es lo que toca.
Es mentira eso que dicen los flojos de que hay que ir siempre con la verdad por delante. “Yo siempre digo la verdad, es lo que hay que hacer”. No, no, decir la verdad es peligroso. Mentir no nos lleva al infierno. A mi de pequeño me enseñaron que hay mentiras veniales y mortales. Que es tanto como decir que hay mentiras piadosas que a lo sumo nos llevan unas horas al purgatorio que debe ser como una sauna pero sin estar en pelotas. Mentiras veniales. Joder qué bonito. Mentiras leves, de juguete, de mentirijillas. Mentiras de mentira. Lo dicho, el exceso de naturalidad es peligroso.