Junto a una de las entradas del gran Centro Comercial de cinco plantas dedicadas a la Navidad hay tirado en el suelo un hombre de no más de cuarentaytantos, sobre dos cartones y tapado por unas mantas color ocre. Parece dormir o incluso soñar con otros tiempos, con menos frío y más compañía.
Son las 9 de la noche y aunque domingo, decenas de personas entran y salen del gran Centro Comercial con bolsas abultadas en plena crisis existencial como sociedad. Casi nadie mira al suelo, si acaso para no tropezar y caer. El hombre sobre los cartones está colocado para no molestar. No quiere molestar, si está allí es por el calor que desprende una salida de aire. No quiere más que dormir y tal vez algo de calor.
Con la luz se pondrá sentado.
Antes de la Navidad vivía mejor: menos luces, menos gente, menos frío, menos recuerdos.
No pide, no tiene ni ganas de limosnas, solo de dormir.
Hoy, como es domingo, a partir de las 9 ya empiezan a desaparecer poco a poco las gentes que molestan hasta dejarlo solo. La noche es eterna y vacía, si acaso alguna visita para molestarlo y muy de cuando en cuando alguien con una ayuda.
Nadie le conoce y cuando un día no vuelva a dormir, tampoco nadie se preguntará por él. Es un simple añadido temporal que molesta muy poco. Es un ser humano como todos nosotros, aunque no lo queramos mirar.