El descrecimiento es inevitable para encarar la salida de la
actual crisis global y compleja además de completa. Hemos vivido durante años
falsamente en un crecimiento que parecía la panacea de todos los problemas. Nos
habíamos engañado creyendo que solo el crecimiento constante nos podía
proporcionar la felicidad, el trabajo, la economía mejorada. Ahora estamos en
el pozo del descreimiento simplemente por que todo lo que sustentaba nuestros
pensamientos sociales se ha hundido.
Ya no creemos en los bancos, en los gobiernos, en la
iglesia, en la familia, en el trabajo, en el consumo, en los medios de comunicación,
en el esfuerzo. Todo está en duda y es lógico que para salir tangamos que
reconfigurar muchas cosas.
No es posible trabajar como hace una década. No hay trabajo
para todos. Y eso supone que el trabajo valga menos, tenga mucho menos valor.
No es posible consumir como antes y esto es una ventaja para
salir de la actual situación. El mundo no puede soportar un consumo sin control
en donde muchos más consumimos cada uno mucho más. Hay un punto de no retorno.
Ya no nos fiamos de los que gestionan la sociedad. Tenemos
que soportarlos hasta que se invente “algo” nuevo. Pero la sociedad occidental
está muy atenta a que pueda surgir un sistema social y económico nuevo. No
sabemos de qué tipo.
Sabemos que nos siguen engañando y de momento nos dejamos,
pero es cuestión de tiempo el que se reaccione.
La violencia no es la solución, pero sí lo es que tomemos responsabilidad de lo que hacemos, las decisiones
personales que busquen la calidad de vida, la organización celular, la información
y sobre todo la formación.
Somos capaces de vivir mejor si queremos. Por mucho que
todos esté montado para que no seamos capaces de querer.