En el tablero estratégico mundial, como si de una partida de
ajedrez fuera, el movimiento de Egipto es crucial y por ello no se está dejando
que avance un sistema de gobierno distinto al occidental.
Se han dejado perder los peones que custodiaban a Mursi pues
estorbaban en los miedos a que al final sus pactos con Hamas y Hezbolá destrozaran
un ambiente ya de por si muy complejo y enrarecido. Irán y después Siria
empujan en la primavera árabe hacia un islamismo radical y violento que pone en
peligro Israel y el Mediterráneo. Nadie garantiza la paz en el medio plazo,
pero algunos lo intentan con muertos y sangre, desde despachos estratégicos.
Europa contempla casi con miedo, no vaya a ser que nada salga bien.
Cuando en Irán se dejó caer a Shah de Persia nadie pensó en
lo que iba a venir después. En aquel 1979 con un Carter dividido entre la
Guerra Fría, Afganistán, Irán e Irak, no supo mover bien sus piezas y perdió.
Todavía 35 años después seguimos contemplando error tras error, asumiendo la
enorme complicación política de la zona.
Un error encenderá otra mecha más. Miles de velas más.