Quien no entienda la fiesta musical de ayer en el Camp Nou
de Barcelona debe asumir que lo tiene complicado para opinar. Que en un “Concierto
para la Libertad” se junten 90.000 catalanes de los efectivamente contados sin
dudas, es de respetar, de admirar y de sentir envidia sana.
Que estén seis horas escuchando música y palabras, ondeando
banderas y lemas, defendiendo “lo suyo” es de respetar quitándose el sombrero. Que
terminen en paz debería ser el ejemplo para todos los que acudimos a actos políticos
masivos.
Podamos o no podamos estar de acuerdo con el fondo de la cuestión
—que en mi caso y con tristeza he de decir que estoy bastante de acuerdo— es
otro asunto que nos debe hacer pensar si desde todos los puntos de vista lo
estamos haciendo bien o mal, para que los catalanes quieran ser o no ser
españoles.
Y he añadido el “con tristeza” por que creo que cualquier
gestión de “separar”, romper, divorciar, es una mala decisión de la que no hay
un culpable sino dos. Y digo mejor sociedad responsable, porque culpable me
parecería excesivo. Cataluña, cada vez más, no quiere ser España. Y esto es
algo preocupante para muchos pero sobre todo para los que se creen que el camino
del enfrentamiento entre posturas es el correcto para resolver los problemas.
Con fuerza no dejará de ser un asunto a tratar y a resolver. Con declaraciones
como las de Aznar (faltaría más) no se conseguirá que los catalanes entiendan a
España nunca.
Si no se entiende —y vuelvo al principio del texto— la
realidad catalana, el sentimiento real de los catalanes hacia su historia,
tierra, cultura y personalidad, lo mejor es no decidir. Y si se opina, hacerlo
con el convencimiento de que sería mejor estar bien enterados y sentir de cerca
“su” realidad para entender la nuestra. Querer resolver con la fuerza lo que es
un sentimiento interior es no conocer las reacciones de los humanos, aunque
para ello esté la sociología y la psicología social.