Un país con un 27% de desempleados debe cambiar profundamente sus sistemas productivos, más si es un problema que se repite cíclicamente cada vez que estornuda la economía. Los cambios laborales deben ser profundos pero inteligentes, capaces de curar la enfermedad y no los síntomas.
Mis décadas en RRHH me hacen entender bien el fracaso de los actuales 43 tipos de contrato de nuestra legislación laboral. Adaptables casi a cualquier tipo de empresario, pero no a las necesidades del país, del tipo de empresa o de actividad, del momento económico. Son a medida de dirigentes empresariales, de políticos que medran y se asustan, de consejos interesados que copian mal las ideas de otros países.
Tras tamaño error y barullo es más lógico posicionarse junto al contrato único que nadie defiende, que junto a este bufet de leyes a la carta del "jefe" y su asesor laboral.
Un contrato único puede ser excesivo pero es la única manera de hacer reset y empezar de nuevo. Lo que pretenden los empresarios son 43 contratos con mucha letra pequeña para emplearlos según uno sea más barato que el anterior. Y con tanta variedad las trampas son más sencillas de hacerlas colar. Lo que no entiendo bien es por qué los sindicatos no apoyan un sistema contractual más lógico y negociar fuerte que no sea el peor de todos los actuales.
Lo imposible de entender re que en la misma empresa haya distintas clases de trabajadores con derechos muy distintos y los sindicatos lo admitan. Y los trabajadores con más derechos se mantengan en silencio.