Tras unos días abrazando desde el suelo la naturaleza de Anzánigo, un pequeño pueblo del Alto Gállego aragonés, uno se siente muy pequeño, muy basto y rudo, tremendamente feo; un don nadie.
Gran parte de la grandeza del mundo está en sus flores, y cuanto más pequeñas más bellas y curiosas. Se esconden entre las rocas, entre otras hierbas mayores, pero si las buscas con mimo saltan sus colores a los ojos.
Un canto por Anzánigo, perdido en la Huesca más visitada, entre zonas de complicado invierno pero maravillosa primavera.