Hoy leía a un
periodista con derecho a escribir que decía que a los políticos hay que
abofetearlos si los vemos por la calle. Lo decía en primera persona, pero quien
lo lee, estoy seguro, lo lee en segunda persona o incluso solicita que lo
leamos en terceras personas. Todos.
Bien.
Pensemos un momento. Imaginemos un mundo diferente. ¡Ya no tenemos políticos!,
¡lo hemos conseguido! ¿Y ahora?
Hay dos
posibilidades. Solo dos:
Anarquía, que
igual funciona hasta bien
Gestión dura
por parte de los que pueden imponer el orden y control.
¿Merece la
pena este riesgo, cualquiera que sea el sistema elegido?
En el fondo
lo que queremos es que los políticos actuales se vayan a su casa y vengan
otros. Pero estos otros no saldrán nunca. O mejor dicho, los que salgan no serán
mejor que los que están. Si primero les rebajamos la estimación, el respeto, la
consideración y además les decimos que deben ganar menos que antes de entrar en
política, pues nadie que realmente valga, deseará meterse en estos follones.
Quedamos los jubilados y los desempleados de larga duración.
A los
concursos de tele realidad no acuden lo mejor de cada comunidad, estos buscan
otros mecanismos más lógicos para ser válidos. Para hacer el bobo en televisión
acuden los que ya han intentado antes hacer algo válido o importante en la vida
y no les ha funcionado. Lo mismo sucede con los mejores médicos, abogados,
periodistas, notarios o filósofos. Economistas que quieran entrar en política
hay si acaso un par y de los que tardaron varios años de más en sacar la
carrera. Los buenos prefieren no complicarse la vida para nada.
Pero seguimos
odiando a TODOS los políticos lo que ayuda, eso si, a que muchos de nosotros
tengamos ganas de abandonar y dejar que todo tome el camino que parecemos
querer entre todos. ¿Quién soy yo para llevar la contraria a la mayoría?, si la
mayoría quiere que no haya políticos, lo lógico sería empezar por irnos de la
política, dejar esto y tomar nota de los deseos. Querer imponer, creernos que
somos imprescindibles nos llevan a dar la razón a quien pregona que somos
imbéciles y peligrosos. Bueno, y si además creemos que todos los políticos son
malos o peores menos uno mismo, es que ya hemos entrado directamente en la
enfermedad mental más terminal.