Como en algunos años, no todos, el Debate del Estado de la Nación viva las tertulias variadas y nos da material para hablar un par de veces. No más. Se repiten como los de Gran Hermano, insultándose mientras la falta de credibilidad acecha sobre sus cabezas.
Rajoy, Mariano para los amigos, tuvo un discurso ligeramente acertado en las formas económicas pero falto de sinceridad y de realidad social. Su España no es la mía y se dejó en la recámara de su intervención más asuntos de los que intentó tratar.
Son tantos los problemas de esta España vieja, que ni un dominador de los tempos y los silencios es capaz de convencernos para asumir que lo mejor es NO hablar de ella.
La España que yo veo es la de los seis millones de desempleados, la de las reformas que solo afectan a los más débiles, la de los recortes en libertad, en seguridad judicial, en sanidad o educación, en jubilaciones, en capacidad adquisitiva, en futuro, en ilusiones sociales.
Pero la que ve Rajoy es la de que podríamos estar peor y si no que se lo pregunten a los del Sahara.
Cuando un Presidente del Gobierno no es capaz de sentir empatía por sus ciudadanos lo mejor es que se vaya a otro trabajo. No sucede nada por cambiar de oficio, en serio. Sobre todo por que con lo que juega es con el futuro —que lo pintan bastos— es con una generación entera de jóvenes, es con muchos millones de españoles que lo están pasando peor de lo que deberían por su mala gestión.
Pero para un líder de la oposición como Rubalcaba, aunque le escriban en bonito los discursos, su falta de credibilidad por su pasado le lleva a ser un instrumento fácil en manos de un gris Rajoy.
No resultan creíbles ninguna de las propuestas de Rajoy, que son reformas sobre reformas, pues casi siempre que reforma nos la mete cruzada y sin vaselina a los de siempre, mientras que lo disfruta con caviar también con sus amiguetes de siempre. Y no lo resultan, por cínicas, al asegurar que espera sumar las de la oposición a la que no escucha y sobre la que no se tienen noticias de presentar ideas capaces de formar un conjunto de programa alternativo.
Ya no sirven pinceladas, bosquejos de soluciones diferentes. Habría que presentar un plan de actuación totalmente alternativo (que no tiene por que querer decir utópico ni imposible ni con incapacidad para sumar lo posible de lo que está ahora sobre la mesa), un programa político y social completo y diferente en sus fondos y en sus gestores sobre todo.
Si a todos los políticos nos consideran unos asquerosos, tendremos que empezar a decir que toda la sociedad como conjunto no es capaz de resolver sus problemas, de elegir a los mejores para gestionar su futuro. La responsabilidad es de todos.
Cuando un Presidente del Gobierno no es capaz de sentir empatía por sus ciudadanos lo mejor es que se vaya a otro trabajo. No sucede nada por cambiar de oficio, en serio. Sobre todo por que con lo que juega es con el futuro —que lo pintan bastos— es con una generación entera de jóvenes, es con muchos millones de españoles que lo están pasando peor de lo que deberían por su mala gestión.
Pero para un líder de la oposición como Rubalcaba, aunque le escriban en bonito los discursos, su falta de credibilidad por su pasado le lleva a ser un instrumento fácil en manos de un gris Rajoy.
No sirve para hacer de contrapeso, no sirve para trasmitir nuevas ideas, para decirnos qué se podría hacer si él estuviera al mando del barco que se hunde. El PSOE debería haber resuelto sus dudas ya y tener un contrapoder con capacidad de ilusionar. Eso o apagar las luces.
No resultan creíbles ninguna de las propuestas de Rajoy, que son reformas sobre reformas, pues casi siempre que reforma nos la mete cruzada y sin vaselina a los de siempre, mientras que lo disfruta con caviar también con sus amiguetes de siempre. Y no lo resultan, por cínicas, al asegurar que espera sumar las de la oposición a la que no escucha y sobre la que no se tienen noticias de presentar ideas capaces de formar un conjunto de programa alternativo.
Ya no sirven pinceladas, bosquejos de soluciones diferentes. Habría que presentar un plan de actuación totalmente alternativo (que no tiene por que querer decir utópico ni imposible ni con incapacidad para sumar lo posible de lo que está ahora sobre la mesa), un programa político y social completo y diferente en sus fondos y en sus gestores sobre todo.
Presentarlo, defenderlo y explicarlo muy bien. Y persistir en él. Y si no es posible presentarlo, callarse y que la sociedad vaya decidiendo.
Que por cierto, alguna vez habrá que exigir a la sociedad que tome decisiones sobre su futuro y que no se limite a votar a los más cómodos, una vez si y otra también.
Si a todos los políticos nos consideran unos asquerosos, tendremos que empezar a decir que toda la sociedad como conjunto no es capaz de resolver sus problemas, de elegir a los mejores para gestionar su futuro. La responsabilidad es de todos.