Tras unos días
por Madrid es constatable y triste ver como ha crecido el número de personas
tiradas (desamparadas) por las aceras del centro de la ciudad, en comparación con hace unos
meses, mucho más con años atrás. Digo tiradas, cuando podría añadir también el número
creciente de personas que viven en la calle pero al menos se mantienen en pie pidiendo
o intentando vender alguna prenda. La situación es grave, no hay duda, pero a
su vez nos estamos acostumbrando a su visión.
Da la
sensación de que forman parte del paisaje, de las aceras. El domingo, tras caer
unas gotas, batallones de ciudadanos del sur de Asia salieron a vender paraguas
como si de una situación nueva se tratara. Los trabajos casi esclavos están
repartidos por nacionalidades y cada grupo étnico se dedica a una labor en un
país que hemos convertido en muy complicado.
Creo con
tristeza que la deuda, el déficit o esas zarandajas de noticias en periódicos,
no son el grave problema. Lo malo es que nos estamos acostumbrando a sufrir, a
mirar sin ver, a entender los dramas como forma de naturalidad.
No,
no sé cual es la solución. Yo no tengo que buscar soluciones, a lo sumo tengo
que quejarme. Pero entre todos no dedicamos el tiempo suficiente para intentar
encontrarla. Alguien con mando en plaza está muy equivocado y es su responsabilidad.