El desempleo
juvenil es un gran lastre social de imprevisibles consecuencias futuras. En
España sobre todo pues nos afecta a nosotros, pero también en diferente medida
en el resto de países en vías de desarrollo o en sociedades más tecnificadas.
Se juntan variables
complejas, de muy complicada posibilidad para ponernos de acuerdo y avanzar
según las distintas formas de entender las sociedades, pues los planteamientos
no son sencillos de asumir. No son positivos, aunque son mejores que nada,
mejores que la actual situación. ¿Debemos conformarnos con algo menos malo,
antes que seguir aguantando sin nada? Realmente es lo que se busca en el
sistema. Abaratar costos, volver a situaciones casi imposibles de asumir.
No
hay trabajo para todos. Cada vez hay menos trabajo pues crece la productividad
y no crece el consumo. Esto lo debemos asumir y adaptarnos muy poco a poco,
modificando todo el sistema global del mercado laboral en todo el mundo.
Las
personas mayores no dejan puestos de trabajo vacíos, y los obligados por
despidos a abandonar sus puestos de trabajo dejan vacíos estos, se pierden, no
se reemplazan. Sean privados o públicos.
Es
cierto que cada vez habrá menos jóvenes en España y más personas mayores; este
problema acercará los países que muevas sus pirámides poblacionales en esta
dirección hacia la pobreza, por la baja productividad y los altos costes. Solo
es posible revertir la situación con más jóvenes en actividades altamente
productivas, ejerciendo trabajos que levanten las economías de los países. Más
productividad no es “más horas de trabajo”, no tiene nada que ver un asunto con
otro en el siglo XXI.
Los
jóvenes desempleados han crecido también en edad, ya no tienen 16 años y
necesitan unos sueldos primeros de un nivel medio. Los jóvenes necesitan
emanciparse, por ellos y por la sociedad que los acoge. Pero en cambio los
costes laborales de sus sueldos no tienen relación en muchos casos con la
productividad que producen. La meta de todo joven que está desempleado es
engancharse en una sociedad básica, formar familia, producir y consumir. El
camino actual frena las tres posibilidades apuntadas.
Los
jóvenes se dividen como nunca en una parcelación muy clara: entre los poco
formados (menos de lo que hoy es necesario) y los muy formados. No hay término
medio. Los jóvenes formados siguen ampliando sus estudios para unas pocas
oportunidades de demostrar su valía. Los pocos formados tienen muy difícil
engancharse al sistema educativo, al crecer en edad.
El
desencanto entre los jóvenes es brutal y la reacción (nadie sabe cuando) será
brutal cuando llegue. Todo tiene un recorrido y un destino. Todo. También las
decisiones equivocadas que mueven sociedades en una dirección o en otra.
Décadas
después de detectarlo, seguimos sin acercar el mundo educativo al mundo
profesional. Lo vamos diciendo y publicitando millones de veces sin resultado
suficiente. El movimiento es constante mientras que las soluciones son
puntuales y a golpes. La distancia se agranda, más cuando salgamos de la actual
crisis, pues el mundo que nos encontraremos será otro, al que no nos hemos
podido preparar pues hoy estamos dedicados solo (o casi) a salir de la actual situación.
La
idea de aumentar la edad de jubilación es equivocada pues incide directamente
sobre las posibilidades de los jóvenes para entrar en el mundo laboral. Se
aumenta la edad de jubilación para reducir costes de prestaciones, pero tomando
la medias equivocadas. No es posible, para mantener el poder adquisitivo de los
actuales jubilados, impedir que los jóvenes entren en el mercado laboral . El
precio que pagaremos a medio plazo será brutal.
No
se hacen suficientes políticas formativas, de intervención discriminatoria para
los jóvenes, de apoyo a la entrada de jóvenes a trabajar en PYMES, no se enseña
y ayuda para poder emprender proyectos, no se avanza en el engranaje real y muy
necesario entre la escuela, la universidad y la empresa.
Hay
que cuidar más a las personas y a las PYMES y menos a las intervenciones de
titulares, de grandes corporaciones. Ninguna empresa es más grande que el
Estado y es la que más contratos está destruyendo. Las grandes empresas se
descolocan y crean conflictos graves cuando esto sucede. Las intervenciones públicas
deben ir dirigidas a las PYMES y a las microempresas. Las grandes empresas ya
saben ellas mismas, cuidarse, defenderse y exigir.