Y sin duda han sido los indecisos los que al final han
posibilitado la victoria o la derrota. Y esto, siendo duro incluso para los
millones que participan en política por el mundo, hay que asumirlo como
primordial a la hora de analizar resultados políticos. La política necesita
(más en EEUU) de muchos miles de personas que apoyan, empujar, son militantes,
simpatizantes o votantes fieles. Sin ellos es imposible mantener la maquinaria
política. Pero detrás de estos miles, cientos de miles incluso, los realmente importantes para el resultado final y que serán muchos
menos: desencantados, apáticos, grises, no inscritos, que incluso no creen en
la política; los que con su decisión posibilitarán el triunfo o el fracaso.
El poder de los indecisos, es tremendo y ellos incluso no lo
saben. Pueden decidir dos cosas, tan importante una casi como la otra. No
acudir a votar y abstenerse o votar en blanco o nulo, algo que suelen hacer los
que han sido fieles y ahora se han decantado por no volver apoyar a sus
“amigos”. Su importancia es menor que la del segundo grupo.
Este segundo grupo son los indecisos puros y duros, los que
nunca saber qué votar, y que cambian su sentido de voto según múltiples y a
veces pequeñas claves: que optan por no ir a votar o por ir a votar para
castigar a uno u otro, o a veces votan a un partido y otras a otro dependiendo
del candidato, de su campaña, de si llueve o hace sol, de si les va bien en la
vida o están pasando malos tiempos.
A este segundo grupo no le afecta casi la gestión de los
cuatro años anteriores, pues normalmente quien gobierne siempre lo hace mal o
regular. No le afecta la campaña clásica pues no la sigue ni la escucha con
atención. Pero si le afectan claves mucho más sutiles, mensajes que casi no se
notan, imágenes subliminales que afectan para modificar decisiones.
Los equipos electorales de los partidos saben que los
indecisos son muy importantes, pero evitan decirlo. Sería entrar a darles una
importancia que no se merecen, aunque la tengan. Lo que hacen es trabajar estas
variables para llevárselos a su terreno no por ideología sino por decisión
final. Y si todo falla para atraerlos, buscan que al menos estos indecisos se
abstengan.
Pensemos que entre más de 115.000.000 de votantes en EEUU,
la diferencia entre candidatos es de 2.00.000 de votos. Pero que si pocos
miles de votantes de media docena de Estados hubieran cambiado su sentido de
voto, sería otro el Presidente de EEUU.
En
España los indecisos han ido creciendo en estos años últimos de personas del
primer grupo, abstencionistas nuevos que eran votantes de izquierdas; y
votantes hacia el PP que antes eran abstencionistas. En la medida que los
grandes partidos pierden fieles, crecen los indecisos. Pero no les importa
tanto convencer a los que son fieles de su competencia política como de intentar
no perder sus nuevos agregados. Son las miserias inevitables de la política
electoral.