Todos
coinciden en que Obama perdió su primer cara a cara televisivo 2012 con Romney,
no tanto por el contenido del debate sobre economía, en donde Romney supo
mentir o decir lo contrario de lo que antes había dicho, sin que Obama supiera
atacarle por esos abusos del populismo descarado, como por la poca capacidad de
Obama en saber trasmitir con alma de presidente, los conceptos claros sobre
economía básica a su electorado.
En este tipo
de debates NUNCA se debe entrar a la defensiva, ni ante el electorado ni ante
el rival del debate. Y Obama no supo ser tan contundente como Romney.
Lo de menos
es mentir sobre si se crearán 12 millones de nuevos empleos, lo que la gente
indecisa entiende mejor es si le nombras varias veces el nombre de “América”
(en este caso). O la gente en América (y ya en Europa) asimila mucho mejor que
le digan “aumentaremos los ingresos medios” a que le digan “aumentaremos el
número de personas de Clase Media”.
Era la lucha
de un obispo mormón contra un Presidente. Las diferencias eran grandes en el
concepto inicial. Y Obama no tuvo claro que él ya era el Presidente y el rival
un predicador de iglesia.
Los fieles ya
eran fieles antes de los debates en todas las campañas electorales, pero los
indecisos, que es a quien se dirige una campaña electoral sobre todo, quieren
mensajes sencillos, claros, que afecten a su corazón. No me pregunten por qué
es así, pues no me apetece decirlo. O mejor dicho, no me apetece adjetivar a
los indecisos.
La imagen, que ilustra un artículo de El País, ilustra tembién el debate. Un candidato con luz y contraste, un Presidente entre las tinieblas. Pero se puede mejorar todavía.