Santiago
Carrillo supuso una suerte para la Transición democrática en España, por mucho
que sus enemigos siempre le sintieron ese odio que se tiene cuando es muy
complicado tenerle respeto al rival. Nunca se pudo demostrar nada de lo que se
le acusaba, pero era la forma de seguir trasladando odio, cuando Carrillo ya
había decidido que lo que necesitaba España era paz y calma mezclada con un
camino democrático tipo europeo. Supo dirigir a sus muchos fieles, muchos más
que ahora y para eso están las hemerotecas y las actas de diputados conseguidos
en aquellos años.
Vino
muchas más veces por Zaragoza de las que se sabe, pues conservaba muy buenos
amigos, y sus cenas en el Coso Bajo eran momentos de sosiego, análisis,
intercambio y maduración, aunque llevara muchos años fuera de la política
representativa, que no de la política activa y del periodismo de contertulio
con compañeros de edad y transición, de los que yo guardo excelentes recuerdos
radiofónicos en tardes de trabajo duro a oscuras en laboratorios fotográficos,
junto a sus compañeros de programa Herrero de Miñón y Ernest Lluch en el
programa de Gemma Nierga. Tiempos ya perdidos, si.
Pero
Santiago Carrillo tuvo un momento clave en la Transición que pocas veces se
recuerda y que pudo suponer la pérdida de la recién nacida democracia, cuando
tras los atentados de Atocha contra los abogados laboralistas, asesinatos
provocados para que el comunismo de aquellos años se levantara violentamente,
Carrillo solicitó y logró que la inmensa manifestación de duelo contenido del
entierro se produjera llena de dolor pero también de tranquilidad, demostrando
que los rojos no teníamos rabo ni lanzábamos babas por la boca. A partir de
aquel entierro los españoles entendieron que los rojos ya no existían, que a lo
sumo éramos socialistas o comunistas, y sabíamos llorar y contenernos.
En la imagen se ve a Santiago Carrillo en un mitin en Zaragoza, en el barrio de Montemolín, en el aptio central del anto¡iguo Matadero, a finales de la década de los 70.
En la imagen se ve a Santiago Carrillo en un mitin en Zaragoza, en el barrio de Montemolín, en el aptio central del anto¡iguo Matadero, a finales de la década de los 70.